A medida que comenzaba el año escolar, a muchos les preocupaba el impacto negativo que el aprendizaje virtual o socialmente a distancia podía tener en el desarrollo de las habilidades sociales de los niños. Pero, ¿qué pasa con los adultos? Parece que los adultos privados de un contacto constante y variado con sus compañeros pueden volverse tan torpes en las interacciones sociales como los niños sin experiencia.
p>Las investigaciones sobre prisioneros, ermitaños, soldados, astronautas, exploradores polares y otros que han pasado períodos prolongados en aislamiento indican que las habilidades sociales son como músculos que se atrofian por la falta de uso. Las personas separadas de la sociedad, por circunstancias o por elección, informan que se sienten más ansiosas socialmente, impulsivas, incómodas e intolerantes cuando regresan a la vida normal.Los psicólogos y neurocientíficos dicen que algo similar nos está pasando a todos ahora, gracias a la pandemia. Estamos perdiendo sutil pero inexorablemente nuestra facilidad y agilidad en situaciones sociales, seamos conscientes de ello o no. Las señales están en todas partes: personas que comparten demasiado en Zoom, reaccionan exageradamente o malinterpretan el comportamiento de los demás, anhelan pero luego no disfrutan realmente el contacto con los demás.
Se trata de un malestar social extraño que puede arraigarse fácilmente si no reconocemos por qué está sucediendo y tomamos medidas para minimizar sus efectos. “Lo primero que hay que entender es que existen razones biológicas para esto”, dijo en diálogo con The New York Times Stephanie Cacioppo, directora del Laboratorio de Dinámica Cerebral de la Universidad de Chicago. “No es una patología o un trastorno mental”.
“El distanciamiento social no coincide con la naturaleza humana primaria: los seres humanos nos constituimos como tales, en relación con los otros. Nacemos indefensos, prematuros y somos de los únicos mamíferos que no se valen por sí solos al nacer. El contacto con el otro es una condición de vida. Y de ese modo nos constituimos”, manifestó consultado por este medio el psicólogo Jorge Catelli (MN 19868), miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina.
Entonces, cuando nos separamos de los demás, nuestro cerebro lo interpreta como una amenaza mortal. Sentirse solo o aislado es una señal tan biológica como el hambre o la sed. Y al igual que no comer cuando tienes hambre o no beber cuando estás deshidratado, no interactuar con los demás cuando estás solo conduce a efectos cognitivos, emocionales y fisiológicos negativos.
Incluso si está instalada en una cápsula pandémica con una pareja romántica o miembros de la familia, una persona aún puede sentir soledad, a menudo camuflada como tristeza, irritabilidad, ira y letargo, porque no está obteniendo la gama completa de interacciones humanas que necesita, casi como no llevar una dieta equilibrada. Muchos de nosotros no hemos conocido a nadie nuevo en meses. Subestimamos cuánto nos beneficia la camaradería informal en la oficina, el gimnasio o la clase de arte, sin mencionar los intercambios espontáneos con extraños.
“Esta interacción diaria con personas en el mundo nos da un sentido de pertenencia y seguridad que proviene de sentir que somos parte de, o tenemos acceso a, una comunidad y red más amplia”, aseguró en diálogo con el periódico norteamericano Stefan Hofmann, profesor de psicología en la Universidad de Boston. “El aislamiento social corta esa red”.
La privación envía a nuestro cerebro a un modo de supervivencia, lo que debilita nuestra capacidad para reconocer y responder adecuadamente a las sutilezas y complejidades inherentes a las situaciones sociales. En cambio, nos volvemos hipervigilantes y hipersensibles.
Según explicó a Infobae Maximiliano Martínez Donaire, psicoanalista y ex secretario científico del Claustro de la Asociación Psicoanalítica Argentina, “la incomodidad social pandémica podría ser una respuesta posible al contexto general de aislamiento social por la circunstancia de pandemia”.
El experto consultado por este medio, aseveró: “Lo que más ha pesado y pesa hasta aquí es la restricción a la posibilidad del encuentro y de sostener lazos sociales de maneras presenciales. Si bien no lo hace de la misma manera, es algo que nos atraviesa a toda la sociedad”.
Recibimos una mirada de reojo e inmediatamente pensamos que no le agradamos a la otra persona. Un comentario confuso se interpreta como un insulto. Al mismo tiempo, nos sentimos más cohibidos, por temor a que cualquier paso en falso nos ponga en mayor riesgo. Como resultado, las situaciones sociales, incluso una llamada telefónica amistosa, se convierten en algo que se debe evitar.
“No quiero hacer una equivalencia entre los prisioneros en régimen de aislamiento y lo que todos estamos pasando ahora, pero hay similitudes definidas”, sostuvo Craig Haney, profesor de psicología en la Universidad de California, Santa Cruz, que estudia los efectos del aislamiento en los reclusos “Las personas que se sienten incómodas con otras personas es parte de lo que sucede cuando se les niega el contacto social normal del que tanto dependemos”.
En cada interacción, debemos realizar innumerables juicios intuitivos: interpretar palabras, gestos y expresiones y reaccionar de manera adecuada. También elegir el momento y el ritmo correctos, así como valorar cuánto compartir y con quién. La interacción social es una de las cosas más complicadas que le pedimos a nuestro cerebro.
“¿Con qué me siento cómodo? ¿Cómo actúo? ¿Qué digo? ¿Me acerco? ¿Estoy a la distancia suficiente? ¿Podría a la otra persona molestarle la distancia o cercanía? Esta incomodidad social pandémica es la vivencia interiorizada del conflicto entre instancias psíquicas que pujan por la ‘corrección preventiva’ y cierto agotamiento y deseo de contacto irrestricto con los otros. Volver a aprender a socializar, es parte de lo que está ocurriendo desde hace algo más de un año”, subrayó Catelli.
En circunstancias normales, obtenemos mucha práctica, por lo que se vuelve algo fluido. No lo pensamos. Pero cuando tenemos menos oportunidades de practicar, nos oxidamos. Y la calidad surrealista y torpe de las interacciones virtuales o enmascaradas solo empeora las cosas.
Los expertos en aislamiento dicen que es una pendiente resbaladiza y aconsejan tomar medidas para mantener las habilidades sociales lo más ágiles posible durante este tiempo poco social. Haney dijo que los reclusos que se recuperan después del confinamiento solitario son los que se dieron cuenta de que su aislamiento era una seria amenaza para su sentido de identidad y seguridad y aprovecharon cada oportunidad para acercarse a otras personas.
“Los tipos que sobreviven mejor son los que escriben cartas y mantienen las visitas y la comunicación con otras personas, aunque sea a través de las paredes de un bloque de celdas. Son los que se retiran profundamente y evitan el contacto con otros los que hacen lo peor”, advirtió.
Por eso es importante reservar tiempo todos los días para conectarse con otros, ya sea a través de un chat socialmente distanciado, una llamada telefónica o, al menos, un mensaje de texto reflexivo. Y a medida que volvamos a emerger gradualmente de nuestro confinamiento y ampliemos nuestros círculos sociales, no debemos esperar que nada ni nadie sea igual. La doctora Healey destacó que los miembros de la tripulación de su expedición polar que tuvieron las mayores dificultades para reintegrarse eran los que esperaban reanudar sus trabajos y relaciones exactamente donde las dejaron.
Para Catelli, “tener que reaprender los modos del lazo social implica poder sostener una posición ética y de límite ante las medidas de seguridad y cuidados”. “Darse el tiempo que cada uno requiere para administrar encuentros o situaciones compartidas, es importante para evitar el desborde estresante. Será ese uno de los nuevos desafíos de nuestra vida cotidiana”, concluyó. Fuentes: lamovidaplatense.info y infobae.com