Hay noches que uno querría borrar del mapa de la vida. Arrancar la hoja del calendario que la contiene para que, mágicamente, esas horas no transcurran.
p>Eso hubieran querido hacer, sin lugar a dudas, Gerry y Kate McCann. Parar el mundo la noche del jueves 3 de mayo de 2007 y dar vuelta atrás las agujas del reloj. Volver a ese momento de las 21.05, en que Gerry entró a la habitación donde dormían sus tres hijos en el complejo Ocean Club de la ciudad turística Praia da Luz, en Algarve, Portugal, y los vio descansar plácidamente.Si Gerry se hubiese demorado un poco más, si uno de sus hijos hubiese estado despierto o llorando, si hubieran cenado en el departamento... cualquier cosa, por pequeña que fuera, podría haber cambiado el curso de la tragedia que estaba por ocurrir.
Pero no. Gerry acababa de pedir su plato de comida en el restaurante de tapas del hotel y se había levantado para efectuar una de las tantas rondas que hacían, cada veinte minutos, para controlar a sus hijos que dormían en las habitaciones ubicadas a 83 metros de allí.
Eran varias familias que pasaban sus vacaciones juntas y esta era la forma que habían hallado para poder comer tranquilos. Transcurría la penúltima noche y todo era risas y alegría al borde del mar.
Gerry entró al departamento que estaba situado en planta baja y notó de inmediato que la puerta del dormitorio de los chicos estaba más abierta de lo que recordaba haberla dejado. Echó un vistazo a la habitación principal para cerciorarse que su hija mayor no hubiera estado caminando por ahí, algo que solía hacer si se despertaba. Luego, se dirigió al cuarto de los chicos. Los mellizos Sean y Amelie (2) y Maddie (3), dormían. Maddie estaba acostada sobre su lado izquierdo, con las piernas debajo de las sábanas, exactamente en la misma posición en la que la habían dejado. Gerry se detuvo y la miró un par de segundos. Recuerda haber pensado lo linda que era. Después dejó la puerta del dormitorio entornada y pasó por el baño antes de volver al restaurante.
La siguiente ronda la haría Kate. Y comenzaría el drama del resto de sus vidas.
Madeleine Beth McCann nació en Leicester, Inglaterra el 12 de mayo de 2003. Era la primera hija del matrimonio de Kate McCann, médica general en Melton Mowbray, y Gerry McCann, cardiólogo del Hospital Glenfield de Leicester. Maddie, así le decían, había llegado después de varios tratamientos de fertilización in vitro. Había sido muy deseada.
Rubia y de una particular belleza tenía algo que la distinguía del resto de los bebés: sus ojos eran diferentes. El izquierdo, era entre azul y verde; el derecho, era verde pero tenía un defecto en el iris llamado coloboma, una hendidura que dibujaba una línea negra desde la pupila hacia el borde del globo ocular. Era su sello personal.
Un año después de su nacimiento llegaron sus hermanos mellizos, Sean y Amelie. La familia vivía en Rothley, un pueblo soñado en las afueras de Leicester, Inglaterra, y tenían una vida acomodada: excelentes salarios profesionales, un caserón de dos pisos de ladrillo y la opción de disfrutar sus vacaciones en el exterior.
Cuando planearon los días de descanso en Algarve, Portugal, con otras parejas amigas que también tenían hijos pequeños, nunca podrían haber supuesto que esa elección haría estallar la vida que habían tenido hasta entonces.
La familia McCann llegó al Ocean Club el 28 de abril siendo cinco; se irían, desgarrados, siendo cuatro.
El 3 de mayo los McCann desayunaron a las 7.30. Esa mañana Maddie les recriminó a sus padres, en su media lengua, por qué la noche anterior no habían estado allí cuando ella se despertó llorando. Los padres tomaron nota del comentario, pensaron que serían más cuidadosos durante sus cenas.
Luego, fueron a la pileta. Kate tomó allí la última foto de Maddie con vida a las 14.29. Se la ve sentada junto a su padre y a su hermana de dos años, en el borde de la pileta. Tiene puestos un sombrero blanco de lona y un vestidito rosa sobre un short y está sonriendo.
Más tarde, el matrimonio dejó a los chicos en el Kids Club mientras ellos fueron a tomar sus clases de tenis.
Entre las 17 y 18 horas la familia McCann volvió al departamento 5A. Kate preparó a los chicos para que se fueran a dormir mientras Gerry partió, nuevamente, a jugar al tenis.
A las 19, Gerry volvió y se acostó al lado de Maddie para leerle un cuento. Ella tenía puesto su pijama rosa y blanco, de Marks y Spencer’s, de mangas cortas. Los mellizos estaban en la cama de al lado.
Un rato después, los tres duermen. Las persianas del cuarto están bajas y la ventana cerrada. El matrimonio entorna la puerta del cuarto de los chicos y dejan el departamento. Van hacia el restaurante a encontrarse con sus amigos.
Como todas las noches, las parejas estaban anotadas para cenar a las 20.30, en el restaurante de tapas. No era un secreto, las reservas se anotaban en un pizarrón.
En vez de contratar niñeras, los padres se habían organizado para vigilar a los chicos cada 20 o 30 minutos. A las 21.15 una madre del grupo va a ver a sus hijos y pasa por la puerta de los McCann. Ve a un hombre caminar con una criatura dormida en brazos. No le dará importancia hasta más tarde, cuando ocurrió lo de Maddie. A las 21.30, Matthew Oldfield, otro de los padres, se ofrece a chequear a los chicos McCann en su ronda porque los suyos duermen en el departamento de al lado. Vuelve contando que todo está muy tranquilo.
A las 22, le toca el turno a Kate. Cuando llega al departamento nota que la puerta del cuarto de los chicos está demasiado abierta. Se acerca para entornarla y una ráfaga de viento súbita la cierra de un golpe. Entonces entra al cuarto y se da cuenta de que Maddie no está en su cama, que la ventana está abierta y las persianas levantadas. Suenan todas las alarmas.
A las diez de la noche se alerta al personal del hotel sobre lo que está ocurriendo. Se la busca a Maddie dentro del complejo hasta las 4.30 de la madrugada. Mientras, la policía notifica a Interpol y mandan a cerrar la frontera terrestre con España así como a controlar los aeropuertos tanto en Portugal como en España.
Kate y Gerry comienzan su diáspora: hablan con la prensa, piden por su hija. Kate lleva siempre en sus manos el peluche preferido de Maddie.
Sin embargo, las imágenes de la pareja no ayudan a construir una red de soporte empático. Enseguida empiezan las suspicacias.... Están desolados, pero no lloran lo suficiente; cómo puede ser que los padres hubieran dejado a sus hijos solos, sin supervisión de una niñera. Los rumores, poco a poco, socavan la credibilidad de los McCann. No solo no tienen a su hija, sino que también son puestos bajo una lupa moral y juzgados por la opinión pública y las autoridades.
Gerry y Kate son interrogados por la policía el 10 de mayo de 2007. Les preguntan por qué dejaron a los tres niños solos en un apartamento mientras cenaban en el restaurante. En una entrevista con la BBC, el 25 de mayo, Gerry y Kate reconocieron las críticas y dijeron sentirse culpables por haberlo hecho. Gerry expresó: “Nadie puede sentirse más culpable que nosotros… si uno pensara, por un minuto, que alguien podría secuestrar a tu hijo, por supuesto, jamás los hubiésemos dejado”.
El 14 de mayo, un hombre inglés llamado Robert Murat, de 33 años, que vivía con su madre Jennifer pegado al complejo hotelero, se convirtió en el primer sospechoso oficial. Esa misma mañana el chalet Casa Liliana, propiedad de esta ciudadana británica, fue allanado. La policía y los equipos forenses revisaron todo y a las 16 horas drenaron la pileta. No hallaron nada. También requisaron sus dos coches, sus computadoras, sus teléfonos móviles y varias cintas de video.
Desde el principio de la investigación, las idas y vueltas del caso fueron muchas y confusas. Murat fue entrevistado dos veces más. También tomaron declaración a tres de los amigos de los McCann: Rachael Oldfield, Russell O’Brien y Fiona Payne, que cenaban con ellos a la hora de la desaparición. En sus declaraciones, los tres dijeron haber visto a Murat cerca del complejo esa noche, pero Murat sostuvo que estaba en su casa con su madre y ella corroboró su coartada.
El 4 de agosto la policía volvió a allanar Casa Liliana, con sistemas de alta tecnología y perros entrenados. Excavaron los jardines, pero no encontraron nada.
Un mozo del hotel, Nelson Rodríguez, admitió que cuando se produjo la desaparición de Maddie gran parte del personal tenía acceso a las habitaciones: “Muchos empleados podían tomar las llaves. Los recepcionistas, los de limpieza, los chicos de mantenimiento. En esa época hubo varias denuncias de robos de celulares y cosas de valor de las habitaciones de los turistas”.
Lo cierto es que a principios de agosto de 2007, varios detectives británicos fueron enviados a Portugal para ayudar con la compleja investigación. Llevaron perros entrenados para rastreo que habían resuelto decenas de homicidios. También aportaron equipos para búsqueda de cuerpos bajo tierra y tecnología ultravioleta para la detección de sangre y fluidos corporales. Fue entonces que se aseguró que partículas microscópicas de sangre de Maddie habían sido detectadas en la pared del departamento, detrás de un sofá, y en el baúl del coche alquilado por la familia McCann.
Eso dio comienzo a la circulación de rumores que situaron a los McCann en el centro de una hipótesis un tanto descabellada: la del accidente doméstico fatal en la habitación. Según esa teoría, la sangre de Maddie podría deberse a que la niña hubiera muerto por un golpe. Las versiones se pusieron espesas. Sostenían que Kate les daba pastillas para dormir a los chicos; que estaba estresada y así lo había escrito en su diario personal; que la abuela materna había admitido que los padres como eran médicos tenían acceso a darle sedantes a sus hijos y que, al morir Maddie accidentalmente, el matrimonio podría haber decidido deshacerse del cuerpo para evitar ser investigado.
Mark Williams-Thomas, un antiguo detective de Surrey y experto en protección de menores, dijo en ese momento que los portugueses habían demorado demasiado en aceptar la ayuda británica y que la policía debía haber clausurado el apartamento inmediatamente, el primer día, para hacer un examen forense cuidadoso.
Todo esto llevó a que el día 6 de septiembre, luego de declarar durante once horas, Kate fuera declarada oficialmente como sospechosa. Le pidieron que firmara una confesión diciendo que su hija había muerto accidentalmente… Kate, por supuesto, se negó. El 7 de septiembre, luego de declarar durante nueve horas, Gerry es también señalado como sospechoso.
Ante el caos y la desprotección que sienten, los McCann deciden volar de regreso a Gran Bretaña, con sus mellizos, el 9 de septiembre.
Pruebas de ADN, realizadas posteriormente, demostraron que la sangre del departamento no era de Maddie y que las muestras del baúl eran incompletas. Además, el auto había sido alquilado después. ¿Habían los McCann escondido el cuerpo de su hija en algún sitio para luego ponerlo en el baúl del auto? Era disparatado.
El caso se había convertido en un loquero. Los periodistas se agolpaban frente a la casa de los McCann y los tabloides sensacionalistas británicos peleaban por más ventas y entrevistas exclusivas.
El 2 de octubre, Gonzalo Amaral, el detective a cargo del caso en Portugal, fue removido por sus críticas a la policía británica. Él fue el principal promotor de la teoría que culpabilizaba a los padres de Maddie.
Año tras año, sin avances significativos
Los supuestos avistamientos de Maddie fueron miles. Uno de los más llamativos provino de Marruecos. Era una imagen de una pequeña idéntica a Madeleine. Todo terminó en un fiasco: la niña rubia era una marroquí de 3 años llamada Bouchra Benaissa. Pero la gente seguía viendo a Maddie en todos lados: Europa, Oriente, África, Australia e, incluso, en países sudamericanos como Chile, Venezuela o Paraguay.
Sus padres morían un poco con cada nueva pista que surgía y, luego, se terminaba por diluir.
En marzo de 2008, dos diarios británicos debieron pedir perdón en primera plana a los McCann por haberlos señalado como responsables de la muerte de Maddie. Fueron sentenciados a pagarles 550 mil libras.
El 21 de julio de 2008, finalmente, los investigadores portugueses tuvieron que quitar a Gerry y Kate de la lista de sospechosos. Habían pasado un año bajo sospecha y no había ninguna prueba contra ellos.
En octubre del mismo año, los siete amigos ganaron demandas contra Express Newspapers por haber dicho que ellos habían mentido en sus declaraciones.
Eran muchas batallas juntas las que estaban dando.
En abril de 2009, Gerry ayudó a filmar la reconstrucción de la noche en que desapareció su hija.
En el medio, se sucedían las colectas de dinero para continuar con la investigación, los reportajes por el mundo para incentivar la búsqueda de Maddie y los interrogatorios de pedófilos que iban surgiendo.
En el año 2010, los McCann lograron que un juez prohibiera el libro del ex jefe de la policía portuguesa Gonzalo Amaral, que tanto mal les había hecho. Ese mismo año, ellos firmaron un acuerdo para escribir su propio libro sobre la desaparición de Maddie, que finalmente salió publicado en mayo de 2011.
El 28 de abril de 2015, Amaral fue condenado a pagarle a los McCann 433.000 libras esterlinas por los daños ocasionados con su libro, La verdad de la mentira, y le prohibieron seguir vendiéndolo.
El 11 de mayo de 2011, mientras salía el libro del matrimonio McCann, el diario The Sun publicó una carta abierta de Gerry en la que le pedía al primer ministro, David Cameron, ayuda para una nueva investigación.
En 24 horas, Cameron hizo el anuncio sobre la Operación Grange, que fue financiada con un fondo de contingencia del Ministerio del Interior. El equipo estaba formado por 3 inspectores, 5 sargentos, 19 agentes y 6 civiles. Hicieron traducir decenas de miles de documentos, publicaron una proyección de una imagen de edad avanzada de Maddie y se trabajó sobre más de 8,000 avistamientos.
Para el año 2015 habían tomado 1,338 declaraciones e investigado a 650 delincuentes sexuales. Uno de los logros de la Operación Grange fue resolver el enigma de aquel hombre que había sido visto con una chica en brazos por una de las madres en su ronda de vigilancia esa noche. Fue identificado y resultó ser un turista británico con su hija.
Pero a finales de octubre de 2015 el equipo de búsqueda fue diezmado: solo quedaron 4 personas. A partir de allí, año a año, fueron sumando fondos en cuotas para que la investigación no se detuviera. El caso parecía enfriarse irremediablemente.
Hasta ese momento llevaban gastados en la búsqueda de Maddie más de 11 millones de libras esterlinas. Este hecho también provocó críticas de algunos que sostuvieron que a muchos otros chicos desaparecidos no se los buscaba con la misma intensidad que a Maddie.
En 2019, Netflix lanzó una serie de ocho capítulos titulada: La desaparición de Madeleine McCann. Los McCann escogieron no estar involucrados en el filme.
Inesperadamente, fue con la llegada del año 2020 que el caso recobró un impulso vital. El 3 de junio, en medio de la pandemia mundial, se reveló a la prensa que un pedófilo alemán de 43 años, llamado Christian Brüeckner, era un sospechoso firme en la desaparición de Maddie McCann.
Brüeckner, estaba detenido por haber violado, golpeado, atado y robado a una mujer norteamericana de 72 años, en Portugal, en el año 2005, y había sido sentenciado a siete años de cárcel.
¿Cómo habían llegado a asociarlo con Maddie? El mismo Brüeckner, estando un día con un amigo en un bar en Alemania, no pudo dejar de alardear cuando en la televisión apareció una noticia sobre el caso McCann. Le soltó a su compañero de bebidas que él era responsable de la desaparición de la pequeña británica. Luego, procedió a mostrarle un perturbador video en su celular donde se lo veía violando a una anciana. El ataque a esa mujer había sido dos años antes de lo de Maddie, en un sitio cercano al complejo Ocean Club.
Asustado, ese hombre fue a la policía alemana y los alertó sobre los dichos de su conocido.
Este no habría sido su primer y único delito sexual. En 1994, con solo 17 años, había sido condenado en Baviera por abusar de un niño.
Este oscuro personaje había vivido muy cerca de Praia da Luz, entre los años 1995 y 2007. Alquilaba una casa en Monte Judeu, a solo 7 kilómetros del Ocean Club donde fue secuestrada Maddie. Solía robar en hoteles de la zona y se manejaba con una furgoneta VW T3 Westfalia clara y con un automóvil Jaguar XJR6 negro. Ese mismo auto, fue transferido a otra persona justo el día después de la desaparición de Maddie McCann. Algo altamente sospechoso. Sobre todo, porque luego de hacerlo, Brüeckner se fue de Portugal y, por un buen tiempo, mantuvo muy bajo perfil.
Una ex novia de Brüeckner, hoy de 46 años, que lo conoció cuando trabajaban juntos en un restaurante en Portugal, habló con un medio inglés pidiendo reserva de su nombre: “Él era un par de años más joven que yo. Nos hicimos amigos en marzo de 2004. Era suave, caballero y se vestía muy bien. Al principio la relación fue genial (...) Nuestra vida sexual era normal, no había nada raro conmigo. Le gustaba comer comida india y las playas aisladas. Al principio, parecía muy relajado, pero gradualmente las cosas fueron cambiando. Cuando llegó el invierno, se comenzó a mostrar posesivo y violento”.
Brüeckner comenzó a hostigarla y a exigirle que limpiara la casa. Le gritaba que era una vaga y se volvió enfermizamente violento. Las cosas estallaron cuando llegó la noche de año nuevo del 2005. Él tomó muy mal que unos amigos de su novia la saludaran con un abrazo. La agarró del cuello, la arrastró hasta el baño, le golpeó la cabeza contra la pared y se necesitaron cuatro hombres para detener su furia. Una pareja terminó acompañando a la mujer hasta su departamento. Fue, entonces, cuando ocurrió lo más extraño de todo. A pesar de que estaba sola en su casa, ella tenía una rara sensación. Le llamó la atención ver la la tabla del inodoro levantada. Se puso paranoica y miró dentro de los roperos. Luego, se agachó para mirar debajo de su cama y, entonces, se dio el susto de su vida: ahí estaba él, tirado de espaldas contra el piso, mirándola. “Creo que quería ver si llevaba a alguien conmigo a casa… hasta el día de hoy me pregunto qué hubiera pasado si lo hubiera hecho”, razona. Por supuesto, no se animó a denunciarlo.
¿Cómo había entrado a su casa? Por la ventana. ¡Cómo no recordar la ventana abierta en el cuarto de Maddie!
En 2013, en un chat de pedófilos que recuperó la policía, Brüeckner dijo cosas alarmantes. Se mostraba desesperado por abusar de una niña pequeña y describía muy explícitamente que su fantasía era secuestrar chicos por un par de días para torturarlos.
En 2014, fueron hallados 391 fotos y 68 videos pornografícos infantiles en su casa en Braunschweig. En ese mismo tiempo fue acusado de otro abuso de un chico de 5 años y sentenciado a 15 meses de cárcel. Antes de ir preso se escapó a Portugal desde donde, luego, fue extraditado a Alemania para que cumpla su sentencia.
En 2016, los investigadores condujeron una búsqueda en una fábrica desierta, en Saxony Anhalt, que había pertenecido al acusado. Lo que encontraron fue escalofriante: pendrives y memorias USB, escondidas en bolsas de plástico, enterradas debajo de la tumba de su perro muerto. En total eran unos 8000 elementos digitales, entre fotos y videos. En las imágenes se veía la furgoneta que había usado en Portugal, tres trajes de baño de pequeñas (¿a quiénes habían pertenecido? ¿qué había pasado con las dueñas de esas prendas?) y más grabaciones de abusos a menores.
Hans Christian Wolters, el fiscal que tiene la causa de Brüeckner, no reveló si se encontraron fotos de Maddie entre las pertenencias requisadas. Pero sí contó que el número del celular que usaba el acusado en el momento de la desaparición de Maddie, estuvo en el área exacta del departamento 5A del Ocean Club. Esa noche hubo una llamada hacia otro teléfono prepago, pero no se sabe quién estaba del otro lado de la línea.
Wolters le dijo a la BBC que está muy confiado en que el perverso abusador de niños sea imputado por la muerte de Maddie: “Si conocieran la evidencia que tenemos, ustedes llegarían a la misma conclusión que hemos llegado (...) No puedo dar detalles de la investigación porque no queremos que el acusado sepa lo que sabemos de él”. Aunque reconoce que no han recobrado el cuerpo, ni partes de él, “tenemos suficiente evidencia para sospechar que él mató a Maddie”.
Por su parte, Mark Hofmann, un especialista en inteligencia criminal que vive en Berlín agregó: “Es un hombre que está ligado a la pornografía, a la tortura y ha cometido delitos contra niños de muy corta edad y que filmaba sus abusos. Es un psicópata que carece de empatía. Encaja perfecto dentro del perfil para ser el responsable del secuestro y asesinato de Maddie”.
Gerry y Kate han dicho que nunca dejarán de buscar viva a Maddie hasta que haya pruebas concretas de su muerte, pero admiten: “necesitamos saber qué ocurrió con ella tanto como necesitamos paz”.
A catorce años, el esclarecimiento de esta dramática historia podría estar cerca. Aun así, los McCann, jamás podrán despertar de su pesadilla. Fuentes: lamovidaplatense.info y infobae.com