
El 23 de mayo de 1945, uno de los personajes más oscuros del nazismo eligió morder una cápsula de cianuro antes que enfrentar la justicia. Pero lo que pocos saben es qué intentó negociar con los aliados y por qué terminó traicionando a quien decía venerar como a un dios: su Führer.
Ese hombre era nada menos que Heinrich Himmler, la mano derecha de Adolf Hitler, líder de las temidas SS, cerebro de los campos de exterminio y jefe absoluto de la Gestapo. Pero en los últimos días del Tercer Reich, su fidelidad se quebró. En silencio, buscó salvarse haciendo tratos con Estados Unidos.
A primera vista, Heinrich Himmler parecía un burócrata más: anteojos, voz tranquila, modales educados. Pero detrás de esa apariencia se escondía uno de los mayores criminales del siglo XX. Fue el principal responsable de la llamada “Solución Final”, el plan sistemático para asesinar a millones de personas —principalmente judíos, pero también rusos, gitanos y disidentes.
Desde su posición en las SS y la Gestapo, Himmler organizó una red de terror que cubrió toda Europa. Acompañado por figuras como Reinhard Heydrich, fundó el instituto Ahnenerbe, desde donde impulsó teorías racistas y pseudocientíficas para justificar el exterminio y la expansión del Reich. Estaba convencido de la existencia de una “raza aria superior” y hasta promovió expediciones al Tíbet y América del Sur para buscar pruebas de mitos germanos antiguos.
A pesar de su crueldad, Himmler era capaz de emociones contradictorias. Se conmovía con la música de Wagner, adoraba a su hija y hasta hacía regalos a sus soldados. Esa mezcla de ternura selectiva y brutalidad calculada lo volvió aún más temido.
Con el fin del régimen cada vez más cerca, Hitler le dio el mando de dos frentes militares. Pero Himmler fracasó y perdió la confianza de su líder. Entonces, desesperado, buscó acercarse a los Aliados. Por medio del conde sueco Folke Bernadotte, intentó ofrecerles una alianza contra la Unión Soviética. Negó los crímenes del nazismo y dijo que los muertos en los campos habían sido “víctimas de tifus”.
Pero era demasiado tarde. El 28 de abril de 1945, la BBC anunció su traición. Hitler, furioso, lo consideró un acto imperdonable.
En fuga, Himmler se disfrazó, se afeitó el bigote y se puso un parche en el ojo. Usó documentos falsos con el nombre “Heinrich Hitzinger”. Pero fue detenido por soldados británicos que notaron algo raro. Cuando iban a revisarlo médicamente, sacó una cápsula de cianuro escondida en su boca y se la mordió. Murió en segundos.
Así terminó Heinrich Himmler, uno de los hombres más poderosos del nazismo. Su intento de pasarse al bando enemigo fracasó, y su final no fue heroico ni leal. Fue el de un burócrata del horror, atrapado en su propia red de mentiras.
¿Fue traidor o simplemente quiso salvarse? La historia lo recuerda como el arquitecto del terror, un personaje que combinó la frialdad de una oficina con la crueldad de un verdugo.