03/06/2025 - Edición Nº10977

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El recuerdo de quien fuera su secretario

Hoy cumpliría 100 años el querido Carlos Galán, ex arzobispo de La Plata

31/05/2025 11:08 | Es el último titular de esa diócesis fallecido: los que le siguieron, Aguer, Tucho, Mestre y Carrara, aún viven.



Moseñor Carlos Walter Galán Barry (31 de mayo de 1925 - 24 de enero de 2003) fue obispo auxiliar de Morón de 1981 a 1991, cuando asumió el arzobispo de La Plata, cargo que ocupó hasta su renuncia en el año 2000, al cumplir 75 años. Carlos Galán falleció el 24 de enero, día de San Francisco de Sales. Él perteneció a la Sociedad de San Francisco de Sales, que dio muchas vocaciones sacerdotales y de varios obispos

Nacido en Nueve de Julio, Carlos Galán fue ordenado sacerdote el 19 de septiembre de 1953. El 11 de febrero de 1981 fue nombrado obispo auxiliar de Buenos Aires y obispo titular de Cediae. Carlos Galán recibió su consagración episcopal el 25 de marzo siguiente de manos del cardenal Raúl Francisco Primatesta, arzobispo de Córdoba, junto con el obispo de Morón, Justo Oscar Laguna, y el obispo de San Justo, Jorge Carlos Carreras, como co-consagrantes.

El miércoles 8 de mayo de 1991, Carlos Galán fue designado arzobispo de La Plata, donde tomó posesión el 27 de julio siguiente. Desempeñaría este cargo durante casi 9 años, jubilándose el 12 de junio de 2000, al cumplir 75 años. Como obispo fue consagrador principal de Guillermo José Garlatti, arzobispo de Bahía Blanca, y Martín de Elizalde, obispo de Nueve de Julio. Carlos Galán murió el viernes 24 de enero de 2003.


Del arcón del corazón...


Lo que sigue es una nota escrita por quien fuera su secretario privado en el Arzobispado de La Plata, el padre Fernando García Enriquez, hoy alejado de la actividad eclesiástica, en el primer aniversario del fallecimiento de Carlos Galán.

Estamos cercanos a celebrar el primer aniversario de la llamada a la casa del Padre, del querido Monseñor Carlos Galán. Si bien se han escrito y publicado en su memoria algunos artículos, entre ellos la homilía de la Misa exequial, pronunciada por el Arzobispo platense Monseñor Héctor Aguer, la reseña hecha por Monseñor José Luis Kaufmann, ambos publicados en la Revista Eclesiástica y otros recuerdos más; he deseado compartir algo que nace más bien de lo cotidiano, lo vivido junto a otras personas que estuvieron en la curia platense a su lado.

Alguien que ha tratado a Monseñor Carlos Galán en la distancia o con la sola relación de una celebración o función (como solía decir él mismo), no puede pensar que verdaderamente lo ha conocido. No tenía una personalidad fácil a la que se pudiera ingresar en su interioridad y por tanto me animaría a decir que algunas personas de Iglesia, cercanos físicamente, tampoco descubrieron la amplitud de su ser o al menos aquello que se podía entrever.

Detrás del hombre de inmediata apariencia fuerte, como su propia voz, sabemos que existía un hombre sensible, a quien los acontecimientos de la vida lo conmovían profundamente. Por tanto sufría mucho y se alegraba rápidamente. Se le criticaba, en circunstancias, la falta de decisión. Alguien, hablando del Pontificado de unos de los Papas del siglo pasado, decía que la voluntad enferma antes que la inteligencia y que en determinado momento de la vida, los asuntos a tratar se ven claramente, pero la decisión se demora.

Yo no sé si era ese el caso de Monseñor Carlos Galán. Pero se paralizaba cuando veía que alguna determinación, podría afectar a una persona. Llegado el caso que no quedara otra alternativa, se dolía tanto, como quien podía perjudicarse directamente a sí mismo. Lo hemos visto, tal vez algún sacerdote más que yo. ¿Por qué entonces no testimonia alguno de ellos? ¿Será pudor, respeto, amor o quizá temor a perder lo que en el corazón se conserva más puramente?

Pude compartirle en varias ocasiones mi impresión ante su silencio reservado y ante el respeto a la persona humana que en muchas ocasiones, lo hizo cargar con responsabilidades que no le pertenecían. No siempre puede decirse de dónde viene la verdad o por qué se la resuelve de tal manera o por qué los tiempos no son los deseados. Como enseña el Apóstol, es preciso vivir la verdad en la caridad y ésta es la que marca el tiempo oportuno. ¿Acaso no están en este ámbito las críticas más frecuentes a nuestros pastores y a quienes les compete algún cargo directivo?

No sé cuándo Dios me dará la oportunidad de conocer otra persona de tanta reserva como Monseñor Galán. No se le escuchaba comentar temas de secreto, por supuesto ni hablar de lo sacramental. Pero tampoco de aquellas otras cosas, que tocan ese límite en las conversaciones. 
A veces se padece la soledad del silencio obligado; por la función, por el respeto, por el cuidado de aquellos que reciben la palabra. La palabra es cosa seria y bien lo sabemos los cristianos. Por ella fueron hechas las cosas y por ella seremos salvados, si en verdad la cumplimos. Es decir, si la conservamos y la vivimos.

Su austeridad no necesito expresarla, simplemente la vivió. Al morir no dejó más de lo que necesitaba para vivir. Pero la austeridad no sólo se manifiesta en la cantidad, ni en el grado de dependencia con las cosas materiales. Se ve más claramente en los imprevistos. En la falta de recursos cuando estos son necesarios, en no reclamar ante el olvido de cosas que se esperan, en evitar las dependencias innecesarias mientras se pueda, en la disponibilidad ante detalles y circunstancias de la vida cotidiana y sencilla.

No deseo pontificar sobre él, pues me doy cuenta que ante una personalidad tan original, quien este leyendo tal vez no comparta mi opinión. Cuando se ha vivido con una persona muchos años y a pesar de la familiaridad se mantiene claro el ámbito de sus valores y de sus méritos, significa que estos existen en verdad. Pues el espacio de lo hogareño es muy propicio para descubrir y destacar lo que no es halagüeño.

Algunos hemos visto a Monseñor Carlos Galán agradecer, cada día que lo servían en la cocina; lo hemos visto ejercitar la paciencia en largas jornadas de despacho con prolijidad de horario y escucha atenta. Hemos compartido la mesa, especialmente el almuerzo, donde enseñó, que a ese lugar de hermandad, no se llevan los problemas, sino que se tratan los temas que ayudan a crecer personalmente y a convivir cordialmente.

En la sencillez, hemos visto su trato gracioso, simple, con el gato que cada día salía a su encuentro; el único en ingresar a los ambientes más reservados de la casa, sin permiso.
Hemos compartido risas espontáneas ante el relato de anécdotas o historias cómicas.
Hemos gozado de su memoria prodigiosa y de sus interesantes narraciones sobre la vida y en especial sobre la Iglesia.

Se ha llevado en el corazón el nombre de muchos a quienes ha querido con sensible afecto; conocidos y otros que mantenían una vinculación simple y de gran amistad personal.
¿Acaso no he encontrado en su vida nada negativo? Claro que sí, era un hombre. Pero sobre esos aspectos, tal vez hemos hablado durante su vida, no cometamos el mismo error ahora que ha recibido por Misericordia de Dios, la purificación celestial.

En los últimos años de su episcopado en esta Arquidiócesis de La Plata, publicó algunos artículos que había encontrado entre sus antiguos papeles y los llamó Del arcón de cosas viejas. Mis expresiones no salen de ahí, ya que no tengo semejante tesoro, las he encontrado en el arcón del corazón.

Termino con la mención a dos vínculos que me han edificado. El primero de índole familiar, es la relación con su hermana Nora, su cuñado Roberto y el resto de la numerosa familia. La comunicación diaria que mantenía con ellos, era parte de la cuota de sencillez, humanidad y afectividad, que él recibía. Le he dicho varias veces que ellos eran sus hermanos, sus papás y su familia.

La otra relación más eclesial y fraterna fue con el entonces Arzobispo Coadjutor, Monseñor Héctor Aguer; hoy Metropolitano platense. Se distinguen sus figuras claramente. Pero en el tiempo que viví con ellos, pude apreciar que en tan delicada sucesión, primó el respeto, la fraternidad. Me atrevería a decir, que primó la consciencia de lo serio que es servir a la Iglesia en tal misión.