
¿Cómo un sindicalista terminó manejando millones gracias a la cocaína en Villa Mercedes? La historia de Juan Carlos Insúa parece salida de una serie de Netflix, pero ocurrió en la vida real. Lo que parecía una estructura gremial legal terminó siendo la pantalla de un millonario negocio narco que abarcó desde Buenos Aires hasta San Luis. Y un error, una sola conversación descuidada, lo derrumbó todo.
Todo empezó con una rutina bien aceitada. Juan Carlos Insúa, con antecedentes en sindicatos de la carne y agrarios, conseguía ladrillos de cocaína en Buenos Aires. Cinco kilos por semana. El proveedor era peruano, aunque la droga venía desde Bolivia. ¿El destino? Villa Mercedes.
Pero Insúa no actuaba solo. Su socio, Raúl Ramayo, lo esperaba en alguna localidad del interior, como Junín, Rufino o Laboulaye. Allí hacían el cambio: droga por dinero. Así, cada semana, avanzaban con una precisión quirúrgica.
Ya en San Luis, la mercadería llegaba a una quinta apodada “el campo de merca”. El lugar había sido alquilado por Insúa bajo el pretexto de ser un “camping sindical”. Quien recibía el cargamento era Diego “El Gaucho” Funes, uno de los mayores distribuidores en la zona. La rutina siempre era la misma, entre las 22:30 y la 1 de la mañana.
Pero había más. Un kilo del cargamento quedaba reservado para revendedores locales en Merlo y Carpintería, lo que generaba una ganancia adicional sin intermediarios. “Lo nuestro”, lo llamaban. A Insúa, lo entusiasmaba la expansión: Mendoza, Ushuaia, incluso España. En un audio decía: “En tres o cuatro meses estamos en otra galaxia, amigo”.
Los cálculos hablan por sí solos. Con un precio estimado de $7.000.000 por kilo, el negocio movía unos $140 millones por mes. En seis meses, eso representó unos $840 millones. Y solo estamos hablando de cocaína, sin contar otros posibles ingresos.
La fachada gremial fue clave. Desde su rol en S.O.F.E.C.A. y Fe.T.A.R.A., Insúa impulsó la creación de delegaciones en San Luis y así justificaba sus viajes. Hasta grabó videos turísticos en Miami con su pareja, Sandra Cnochaert, quien figura como una de sus principales testaferros. Su hijo, Juan Cruz Insúa, ponía los autos.
Pero una conversación cambió todo. El 15 de junio de 2024, Natalia Amar, revendedora de Merlo, cometió un descuido mientras hablaba por teléfono. Dijo más de lo que debía. No sabía que la estaban escuchando. Fue la pieza que faltaba.
El 19 de junio, Insúa y Amar fueron interceptados en La Punilla mientras llevaban más de un kilo de cocaína en una camioneta. Los detuvo la policía provincial con apoyo de la Gendarmería. La caída fue fulminante.
Ahora, Juan Carlos Insúa está preso en San Luis. Y no solo eso: la nueva causa ya tiene al menos 13 detenidos más. La estructura se desmoronó. Su sueño de imperio, también.