
Dejar a un perro solo en casa genera una amplia gama de emociones que dependen de su temperamento, crianza y experiencias previas. En algunos casos, al quedarse sin compañía se despierta la ansiedad por separación, que se manifiesta con ladridos constantes, aullidos, destrucción de objetos u orinar dentro de la vivienda, conductas que no son “capricho”, sino una reacción a la angustia.
Otros pueden sufrir aburrimiento, manifestado en masticar zapatos o muebles, arañar ventanas o puertas, o mostrar tristeza o melancolía, quedándose apagados, comiendo menos o negándose a jugar.
Sin embargo, también hay perros que aceptan la rutina, descansan y esperan confiados el regreso de su dueño, siempre que hayan sido entrenados adecuadamente y tengan un entorno emocional seguro . Los indicadores clave de malestar incluyen comportamientos destructivos, saludos excesivos al regresar (con jadeos, saltos o llanto), cambios en el apetito o el sueño y ladridos que alertan a los vecinos.
Además, estudios recientes indican que un simple gesto de cariño, como una caricia antes de salir, puede reducir significativamente la ansiedad del perro durante la ausencia. Comprender estas señales y adaptar la rutina —con salidas progresivas, espacios seguros, juguetes interactivos y despedidas tranquilas— resulta clave para mejorar el bienestar emocional canino y evitar que la soledad se convierta en sufrimiento.