
¿Por qué hay gente que parece más tranquila, enfoca mejor y sufre menos dolores físicos? No es magia ni suerte: están entrenando su mente. Y lo mejor, vos también podés hacerlo, sin gastar un peso.
Acá te explicamos cómo empezar con el mindfulness, y por qué es más poderoso de lo que creés.
El mindfulness es una práctica que te entrena para estar 100% presente en lo que estás haciendo, sin dejarte arrastrar por pensamientos o emociones. Parece simple, pero tiene un impacto enorme: puede ayudarte a disminuir la ansiedad, aliviar el dolor y hasta fortalecer el cerebro.
Este entrenamiento mental consiste, básicamente, en prestar atención. No importa si estás respirando, caminando o lavando los platos: se trata de enfocarte en eso y aceptar lo que sentís, sin juzgar. Lo podés practicar en cualquier momento del día.
Según la American Psychological Association (APA), esta práctica genera una respuesta de relajación. ¿Qué significa eso? Que baja las hormonas del estrés como el cortisol, y eso te calma: bajás la frecuencia cardíaca, respirás mejor y tu cuerpo se relaja.
El neurólogo Andrew Budson, de Harvard Medical School, explicó que el mindfulness mejora la concentración, la memoria y hasta la forma en la que procesás lo que pasa a tu alrededor. O sea, no solo te ayuda a sentirte mejor, sino que hace que tu mente funcione mejor.
Y no es solo para estar más tranquilo. En personas con ansiedad, depresión o dolor crónico, los resultados son reales. Benjamin Shapero y la neurocientífica Gaëlle Desbordes, del Massachusetts General Hospital, afirman que incluso quienes no mejoran con tratamientos tradicionales, responden al mindfulness.
Un meta-análisis publicado en Nature mostró que la práctica constante —de apenas 8 a 12 semanas— cambia la estructura del cerebro. Aumenta el volumen de áreas claves como la ínsula y el giro precentral, que regulan el dolor, la atención y la conciencia corporal.
No hace falta hacer yoga ni ir a un retiro. Lo podés hacer desde casa. Por ejemplo:
Sentate y concentrate en cómo entra y sale el aire de tu nariz.
Caminá por la calle notando los sonidos, colores o texturas que te rodean.
Comé despacio, prestando atención al sabor, el olor y la textura de cada bocado.
Lo más importante es practicar todos los días, aunque sea 5 minutos. No importa si te distraés: volvés a enfocarte, una y otra vez. Ese es el verdadero ejercicio.