

Por: Jonatan Anaquin
Franco Colapinto está viviendo ese momento incómodo donde sentís que te van a cortar el WiFi, pero nadie te lo dice de frente. Vos seguís usando TikTok como si nada, pero el router ya está con una luz roja titilando, y del otro lado alguien (en este caso Flavio Briatore) está afilando el cuchillo con la sonrisa de un villano de Disney.
Y es que, queridos lectores, la Fórmula 1 es como una familia disfuncional con mucho dinero y cero paciencia. Hoy estás en la parrilla de salida con todas las cámaras apuntándote y mañana estás en la parrilla... pero del asado del domingo en tu casa, viendo cómo otro maneja tu auto. Y ese otro podría ser Valtteri Bottas. Sí, el mismo Bottas que parece que siempre está por irse pero nunca se va del todo, como esa ex que te sigue viendo las historias.
Colapinto llegó a Alpine con la ilusión de romperla, pero después de cinco carreras y cero puntos, lo están mirando como si fuera el último alfajor de maicena: se lo banca, pero con poco entusiasmo. Y eso que reemplazó a Jack Doohan, que tampoco metió puntos, pero claro, el marketing argentino no tiene el mismo blindaje que el australiano que se llama como un skater de los 2000.
¿Y qué hizo Alpine? Lo que haría cualquier empresa en crisis: traer de vuelta a un veterano. ¿Quién mejor que Bottas, el eterno segundo de Hamilton, el señor “si no gano al menos llego”? Ya empezaron las charlas, ya Mercedes dijo “sí, llévenselo, total está en reserva como el auto del tío en cuarentena”, y el 2026 con motor alemán ya empieza a sonar como excusa perfecta para el trueque.
Todo esto con un pequeño detalle: a Franco le queda Silverstone como el examen final. Literal, la mesa de febrero, con profesor exigente y rumor de que si la desaprobás, te sacan la beca. Porque Briatore lo dijo clarito: "acá lo único seguro es la muerte". Hermoso clima para competir, ¿no?
Ahora bien, seamos honestos: ¿es justo esto? En un mundo ideal, Colapinto tendría un año para adaptarse, entender el auto, pelear puntos. Pero en la F1 real, donde el café se toma con prensa inglesa al lado y los contratos se firman con tinta invisible, no hay tiempo para aprender. Acá rendís, o te vas.
Y en este momento, el argentino no tiene ni a Alpine creyendo en él, ni a la FIA poniéndole alfombra roja. Solo tiene lo que logre este fin de semana en Silverstone. Lo mismo que cuando vas al cumple de tu ex: no importa cómo estés por dentro, tenés que brillar por fuera.
Si la rompe, quizás frena los rumores, se gana el respeto del paddock y pone a Bottas a seguir esperando como en un banco. Pero si no... bueno, ya sabemos que la F1 no da segundas oportunidades. Aunque, ironías del destino, Franco ya tuvo una.
Colapinto no está solo contra el cronómetro. Está contra la política, los resultados, el marketing y, por supuesto, el fantasma de Bottas. Un combo explosivo como para pedir delivery y quedarse mirando cómo se define la novela.
Ojalá que gane. Porque si hay algo que aprendimos los argentinos, es que nos gusta el underdog, el que la pelea desde atrás. Y si no gana... bueno, que al menos se lleve puesto al que lo quiere reemplazar. Al menos así, le ponemos picante a un deporte que, últimamente, tiene más drama fuera de pista que en la pista misma.