miércoles 16 de julio de 2025 - Edición Nº5223

Deportes | 8 Jul

La derrota que se gritó como victoria

Italia 90: Cuando perdimos ganando (y lloramos como campeones)

Por algún motivo, seguimos viendo Italia 90 como si la hubiéramos ganado. Tal vez porque en el fondo… lo hicimos.


Por: Jonatan Anaquin

Italia 90 es como ese ex al que sabés que no debés volver a escribirle, pero lo stalkeás una vez por año, llorás en silencio, y te preguntás cómo algo tan roto pudo ser tan lindo. Porque sí, Argentina perdió esa final contra Alemania, pero ¿quién se acuerda del gol de Brehme cuando todos tenemos tatuada la lágrima de Diego?

La historia arranca torcida desde el saque: debut con Camerún, que en la lógica del fútbol debería haber sido un paseo, terminó siendo una especie de episodio piloto de una serie llamada “Sobreviví a Italia 90 y no sé cómo”. A Maradona lo marcaban tres africanos, Bilardo puteaba en 17 dialectos, y nosotros veíamos todo desde el sillón con un mate en la mano y una úlcera en el alma.

Pero este no era un equipo común. Era un grupo de soldados malheridos, más cerca de salir en Crónica TV por lesiones que de jugar una final del mundo. Ruggeri con pubalgia, Caniggia suspendido, Maradona con el tobillo del tamaño de una pelota N° 5 y Goycochea atajando penales como si se los hubiera prometido a la Virgen de Luján. Y así, entre parches, curitas y bilardismos extremos, nos fuimos metiendo en la historia.


El penal: esa jugada que ni el VAR se animaría a juzgar


Y llegamos a la final contra Alemania, que venía invicta, con jugadores enteros, bien alimentados y peinados. Nosotros, en cambio, éramos un compilado de lesiones, suspensiones y decisiones tácticas que rozaban el surrealismo. Pero ojo, eso no impidió que Diego se parara como un león desnutrido frente al Coliseo romano, le gritara a los que silbaban el himno y sacara pecho con una camiseta azul que hoy cotiza más que un riñón en Suiza.

El partido fue tenso. Un drama griego con banda sonora de Ennio Morricone. Y cuando parecía que íbamos derecho al alargue (y a la zona de confort de Goyco), llegó Codesal. Un árbitro mexicano, pero con el alma teutona. Vio penal en una jugada que, si la pasás en cámara lenta y de costado, sigue sin parecer penal. Sensini barre, Voeller se cae con una actuación digna de premio ACE, y Codesal señala el punto fatídico como si estuviera marcando el final de nuestras ilusiones.

Y sí, Brehme la mandó a guardar. Alemania gritó campeón. Diego lloró. Todos lloramos. Algunos puteamos al televisor, otros rompieron vasos. Y mientras los alemanes levantaban la Copa, nosotros levantábamos los teléfonos para llamar a la radio y decir que estábamos orgullosos de estos muchachos.


Perdimos, pero mirá cómo perdimos


El día después fue una locura. No había WhatsApp, ni Twitter, ni memes. Pero había algo más fuerte: la emoción cruda de un país entero agradeciendo a un equipo que dejó todo. Goyco saludaba desde el colectivo como si fuera el Papa en gira. Diego no podía creer tanto amor. Y nosotros, los hinchas, empezamos a entender que ese subcampeonato era algo más grande que un trofeo. Era una lección de resistencia, orgullo y pertenencia.

Porque Argentina 90 no fue un equipo de figuras, fue un equipo de tipos comunes con el corazón de roca. Jugadores que se vendaban con cinta de embalar y se infiltraban con yogur vencido, pero no dejaban de salir a la cancha. Bilardo, ese loco lindo que te dibuja una táctica con fideos tirabuzón, encontró la manera de llegar al último capítulo con un elenco remendado, y casi lo gana.

Italia 90 es el Mundial donde nos sentimos más identificados que nunca. No solo por Diego llorando, por Goyco salvando todo con cara de jugador de truco en la esquina, o por el himno silbado en Nápoles. Es porque nos vimos reflejados en cada momento: aguantando como se puede, haciendo magia con lo poco, metiéndole garra cuando las piernas no dan más.

Fue tan nuestro que lo seguimos viendo 35 años después. Como esa peli que sabés que te va a romper el alma pero igual la ponés. Porque es parte de lo que somos.


Epílogo: el Mundial que perdimos y nos hizo campeones


En un país donde se festeja hasta el empate con sabor a hazaña, Italia 90 fue una fiesta del alma nacional. No levantamos la copa, pero levantamos el pecho. Y por eso, cada vez que escuchamos “muchachos, ahora nos volvimos a ilusionar”, sentimos que en algún punto también estamos hablando de Diego, de Bilardo, de Goyco, del Galgo Dezzoti expulsado por pelear con la vida misma.

Porque si hay algo que quedó claro en ese Mundial es que la camiseta argentina no se mancha. Se suda, se llora y se banca hasta el final. Aunque te metan un penal que no fue y te echen dos jugadores por respirar cerca de los alemanes.

Italia 90 fue, es y será la derrota más gloriosa de nuestra historia.


Y como dijo Víctor Hugo, esa vez con el corazón en la mano: “Estamos hechos. Acaso sea la única ventaja. Para los alemanes perder hoy era imposible. Para nosotros, lo era no soñar”.

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