El caldo de pollo no solo es reconfortante cuando estás engripado o con frío. También es una opción saludable para sumar a tu dieta diaria si lo hacés en casa y con ingredientes simples. No hace falta ser chef, solo tenés que poner en una olla:
Agua
Algunas presas o huesos de pollo
Verduras como cebolla, zanahoria, apio y ajo
Un poco de laurel y pimienta

Después de una cocción lenta, todo eso se convierte en un caldo nutritivo, con sabor suave y fácil de digerir.
Porque te hidrata, aporta algo de proteínas, vitaminas y minerales, y es liviano. Es ideal si estás convaleciente o tenés el estómago medio revuelto. Como no tiene grasa (si le sacás el excedente) ni sal en exceso, no te cae pesado y suma sin restar.
Acá no hay misterios. Depende de cómo lo hagas:
Si lo colás bien y no le dejás grasa, una taza (240 ml) tiene entre 10 y 40 calorías.
Si le dejás pedacitos de carne o verdura, puede subir a 60-100 calorías.
Si usás cubitos o caldos industriales, ahí el sodio y las grasas pueden ser un problema.
La mejor opción es un caldo casero, sin piel ni grasa, hecho con amor (y pocos ingredientes).
Sí, y es una de sus mayores ventajas. Lo podés usar para hacer sopas, guisos, risottos o simplemente tomarlo solo. Le da sabor suave a todo sin agregar calorías ni ingredientes artificiales.
Sí, pero ojo: no reemplaza una comida completa. Aporta líquidos y algo de nutrientes, pero no es mágico. Es un buen complemento, especialmente si estás buscando opciones más livianas o querés mejorar tu alimentación de a poco.
El caldo de pollo es una preparación simple, accesible y saludable, ideal para los días de frío o cuando necesitás algo liviano pero nutritivo. Si lo hacés en casa y cuidás la cantidad de sal y grasa, es un aliado ideal para cualquier dieta.