

Por: Jonatan Anaquin
¿Quién pidió esto? Esa debería haber sido la primera línea del guión. Pero no. En su lugar, Netflix nos lanza con toda la pompa y circunstancia una secuela que nadie necesitaba, pero que igual se coló directo al top 1 de lo más visto en Argentina. Porque si algo sabemos hacer bien acá, es mirar con cariño cualquier cosa que venga con el sello de "Adam Sandler haciendo boludeces".
"Happy Gilmore 2" es una rareza: una comedia noventosa que se escapó de su época, se maquilló con cameos, y se coló en 2025 como quien se mete en un asado sin traer nada. La fórmula es la misma: humor físico, personajes delirantes, y una historia que se toma menos en serio que cualquier promesa de campaña.
Sandler vuelve como Happy, ahora más cerca del PAMI que del PGA Tour, y debe regresar al golf profesional para pagar la escuela de ballet de su hija. Sí, leyeron bien: ballet. Porque si vas a justificar una secuela, al menos que sea con un argumento que no se pueda decir sin reírte.
Y como ya no alcanza con pegarle a una pelota y putear árbitros, la película se lanza con todo el catálogo de famosos disponibles: Bad Bunny como caddie, Travis Kelce haciendo de sí mismo (porque no hay tiempo para actuar), y hasta Guy Fieri, que entra como si se hubiese perdido buscando Diners, Drive-Ins and Dives. El desfile de cameos se siente como un boliche a las cinco de la mañana: todos están ahí, nadie sabe por qué, pero se quedan igual.
Ahora bien, ¿la película es graciosa? A veces. ¿Es buena? No tanto. ¿Vale la pena? Depende cuánto extrañes ver a alguien recibir un golpe en la cara con una pelota de golf. Porque en su mejor momento, Happy Gilmore 2 apela a esa nostalgia del humor sin filtro ni propósito, el de los noventa, cuando todo era más simple y menos políticamente correcto. Y en su peor momento… bueno, hay mucho golf de verdad, lo cual es un crimen en una película que se supone debe hacer reír.
Ben Stiller vuelve con su personaje de enfermero psicópata, Christopher McDonald sigue siendo Shooter McGavin (porque, seamos honestos, nadie recuerda otra película suya), y Julie Bowen reaparece para cumplir con la cuota de “interés romántico que no tiene sentido pero suma puntaje de casting”.
Lo curioso es que entre tanto delirio y guión reciclado, algo funciona. Tal vez porque ver a Sandler gritando y pegándole a objetos inanimados nos recuerda un tiempo en el que el cine no necesitaba justificar su existencia con un multiverso. Acá no hay drama existencial, ni tramas con viajes en el tiempo: sólo hay un tipo enojado que no sabe jugar al golf pero lo intenta igual. Y en 2025, eso es más revolucionario de lo que parece.