

En Mendoza siempre pasa algo. Puede ser un buen vino, un temblor leve o, como en este caso, la aparición de un pato que terminó protagonizando la novela urbana del año. Sí, leíste bien: un pato. No hablamos de una banda criminal ni de un político con causas judiciales (aunque las similitudes son tentadoras). Hablamos de Juan, el pato más famoso de la avenida San Martín, que pasó de ser la mascota favorita de los vecinos a convertirse en acusado de agresiones callejeras. Básicamente, el Hannibal Lecter de las mascotas, pero con plumas.
La historia arranca con Margarita Flores, dueña de una florería y del corazón del pato, que lo adoptó como quien rescata a un cachorrito… solo que este grazna y corre atrás de la gente. Durante años, Juan fue un atractivo turístico: los turistas se sacaban selfies, los vecinos lo mimaban y él se paseaba como si fuera dueño de la cuadra. Hasta que, de repente, alguien dijo: “Che, me parece que el pato mordió a mi perro”. Denuncia formal mediante, la municipalidad ordenó el destierro del ave. Sí, como en un western, pero con un plumífero de protagonista.
El quilombo no tardó en explotar. Los defensores de Juan —porque ahora todo animal tiene su fandom— reunieron más de 7.000 firmas para que vuelva al centro. Básicamente, la misma cantidad de gente que va a ver a Godzilla en el cine, pero esta vez peleando por un pato. Y para completar el cuadro, apareció un abogado penalista, Oscar Alfredo Mellado, que tomó el caso como si se tratara de un preso político. Porque claro, si un pato no merece defensa, ¿quién la merece?
La municipalidad, por su parte, sacó la carta seria: “Uso adecuado del espacio público, tranquilidad de los vecinos y bienestar del pato”. Traducción: no queremos lío ni patos corriendo por el microcentro. Según ellos, el centro no es lugar para un ave suelta. Aunque si Juan fuera un político repartiendo volantes, ahí seguro que nadie decía nada.
Mientras tanto, Juan fue confinado a un corral en Maipú, donde Margarita asegura que no se adapta. “Grazna, grita y corre todo el tiempo”, contó. Lógico: de pasear entre turistas y bailarines de boliche, a mirar la nada misma en un patio. Hasta los patos sufren la crisis existencial.
El final todavía está en suspenso. Mellado presentó un recurso para que la municipalidad se replantee el exilio del ave. Margarita y Juan esperan la resolución, mientras los mendocinos miran la novela como si fuese la nueva temporada de Casados con hijos. Porque si algo nos une como sociedad, no es la política ni el fútbol: es la posibilidad de discutir apasionadamente por un pato que solo quería caminar tranquilo por la ciudad.