viernes 8 de agosto de 2025 - Edición Nº5246

Información General | 7 Aug

Devoción, historia y milagros

San Cayetano y Mama Antula: fe popular y legado eterno

Cada 7 de agosto, miles de argentinos peregrinan al santuario de Liniers para pedir pan y trabajo a San Cayetano, el santo que se convirtió en ícono nacional. Pero detrás de esa figura venerada hay una historia de entrega radical y una conexión clave con Mama Antula, la primera santa argentina, cuya influencia resultó decisiva para cimentar esta devoción en el país


Cada año, el 7 de agosto, multitudes se acercan al santuario de San Cayetano en Liniers. Allí, en una mezcla de esperanza, necesidad y gratitud, miles de fieles agradecen por el trabajo conseguido o imploran por conseguirlo. Aunque su nombre es ya parte del vocabulario cotidiano de la fe popular, la historia de San Cayetano es aún desconocida para muchos.

Nacido hace más de cinco siglos, entre Vicenza y Gaeta (según distintas versiones), Cayetano Thiene provenía de una noble familia cristiana. Estudió Derecho y Teología en la Universidad de Padua y trabajó en la corte del papa Julio II, donde llegó a ser protonotario apostólico. Pero su vida cambió radicalmente al observar la decadencia espiritual en el Vaticano. A los 35 años fue ordenado sacerdote, y a partir de entonces se dedicó a una vida de austeridad y reforma espiritual.

Fundó el Oratorio del Amor Divino, el hospital para incurables en Vicenza y, junto a Juan Pedro Caraffa (futuro papa Pablo IV), creó los Clérigos Regulares Teatinos, una orden que renunciaba a toda posesión material, viviendo solo de limosnas. Fue testigo del saqueo de Roma en 1527 y más tarde fundó en Nápoles el Monte de Piedad, germen del Banco de Nápoles. Cayetano murió el 7 de agosto de 1547, un día antes de que cesaran las revueltas de la Inquisición, evento atribuido por muchos a su intercesión milagrosa.

Pero ¿cómo llegó su devoción a la Argentina? La respuesta está en la figura de Santa María Antonia de San José, conocida como Mama Antula. Nacida en Santiago del Estero, fue una laica consagrada que abrazó la espiritualidad ignaciana y, tras la expulsión de los jesuitas en 1767, recorrió más de 5.000 km a pie promoviendo los Ejercicios Espirituales de San Ignacio. Fundó en Buenos Aires la Santa Casa de Ejercicios, donde reunió a miles de personas de todas las clases sociales.

Mama Antula incorporó a San Cayetano a su devoción personal, considerándolo “patrono de la providencia divina”. A través de sus seguidoras —las Hijas del Divino Salvador—, su culto se fortaleció. En 1875 se construyó una capilla en Liniers, donde una sequía salvada por su intercesión consolidó la relación de Cayetano con el pan y el trabajo. Recién en 1930 su imagen fue popularizada con espigas de trigo, sello distintivo de su representación argentina.

La canonización de Mama Antula en 2024 por el papa Francisco —tras el reconocimiento de dos milagros— la convirtió en la primera santa argentina. Su rol fue determinante: sin ella, probablemente San Cayetano no ocuparía hoy el lugar de centralidad que tiene en el imaginario colectivo nacional.

Ambos santos —él, europeo reformador radical; ella, mujer americana, misionera y descalza— representan una fe que nace desde abajo, se construye con el sacrificio y encuentra eco en la devoción popular. En tiempos de crisis, como los que atraviesa el país, su legado cobra una vigencia espiritual y social ineludible

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