

¿Te imaginás vivir en una ciudad grande donde, durante todo un año, nadie pierda la vida en un accidente de tránsito? No es un sueño ni un slogan político: ya pasó, y no en un pueblito perdido, sino en una capital europea con más de 650 mil habitantes. El caso de Helsinki está revolucionando la forma en que las ciudades piensan la seguridad vial, y su secreto no es uno solo, sino un combo de decisiones que transformaron la calle en un lugar más seguro para todos.
Durante los últimos 12 meses, Helsinki no registró ni una sola muerte por accidentes de tránsito. El último caso fatal fue en el distrito de Kontula, y desde entonces, nada. Cero. Un dato que hace unas décadas parecía imposible: en los años 80, la ciudad promediaba unas 30 muertes al año por choques, atropellos y colisiones.
El cambio no llegó de un día para el otro. Fue parte de una política sostenida que priorizó la vida antes que la velocidad y que apostó fuerte a las innovaciones urbanas.
Uno de los pilares fue bajar el límite de velocidad en gran parte de la ciudad: de 48 km/h a 29 km/h. Parece poco, pero esa diferencia es clave para que un accidente no termine en tragedia. “Muchos factores contribuyeron, pero los límites de velocidad son de lo más importante”, explicó Roni Utriainen, ingeniero de tránsito local.
A la par, se mejoró y amplió el transporte público: más buses, más tranvías y rutas optimizadas. Resultado: menos autos particulares circulando, menos chances de choques y, de yapa, menos contaminación.
No fue solo bajar la velocidad. Helsinki rediseñó puntos críticos para que peatones y ciclistas tengan prioridad. Carriles segregados, veredas más anchas y cruces inteligentes redujeron los riesgos. Además, sumaron cámaras y controles automáticos para hacer cumplir las normas sin depender solo de la presencia policial.
La clave estuvo en usar datos: identificar dónde pasaban más accidentes y modificar esos lugares. Así, cada obra tenía un motivo concreto y medible.
Con todo y su récord, Helsinki no se duerme en los laureles. Ahora enfrenta un nuevo reto: los patines eléctricos y otros medios de movilidad personal, que requieren reglas claras y adaptación en la infraestructura.
Lo importante es que la ciudad entendió que la seguridad vial no es un objetivo que se alcanza una vez y listo: es un trabajo constante, que se ajusta a las necesidades y tecnologías del momento.
El caso de Helsinki demuestra que con planificación, tecnología y voluntad política es posible llegar a cero muertes por accidentes. Y que este modelo se puede replicar en cualquier parte del mundo, siempre que se priorice la vida sobre la velocidad.