

En Argentina, hubo criminales cuya historia es tan perturbadora que todavía nos eriza la piel. Algunos mataban por codicia, otros por placer, y otros porque el sadismo era parte de su esencia. Pero… ¿quién fue el primero? La respuesta nos lleva a Cayetano Grossi, y su caso abre una lista escalofriante de asesinos seriales que marcaron nuestra historia.
Cayetano Grossi tenía 46 años cuando lo fusilaron el 6 de abril de 1900 en la Penitenciaría de avenida Las Heras. Había llegado solo desde Italia y trabajaba como carrero en Buenos Aires. Casado con Rosa Ponce, abusaba de sus hijastras y, cuando quedaban embarazadas, asesinaba a los recién nacidos arrojándolos al fuego, ahorcándolos o golpeándolos hasta matarlos. La policía lo atrapó tras hallar restos de bebés en baldíos. Fue condenado a muerte y su esposa e hijastras acusadas de encubrimiento. Lo llaman el primer asesino serial del país.
Pocos criminales encarnan tanto el sadismo como Cayetano Santos Godino, el “Petiso Orejudo”. Desde los 7 años atacaba criaturas de entre 1 y 6 años. Ahogó, quemó, golpeó y hasta enterró vivas a varias víctimas. Su último crimen fue en 1912, cuando asesinó a Gesualdo Giordano, de tres años. Declarado “imbécil incurable”, pasó de un reformatorio a la cárcel de Ushuaia, donde murió en 1944. Decía que mataba porque le gustaba.
El 18 de abril de 1922, Mateo Banks mató a ocho personas, incluidos tres hermanos y dos sobrinas, para quedarse con la herencia familiar en Azul. Inventó una versión para culpar a dos peones, pero la investigación lo hundió. Fue condenado a perpetua en Ushuaia, liberado en 1949 y murió el primer día de su nueva vida, al resbalarse en la bañera.
Carlos Eduardo Robledo Puch es el preso con más tiempo tras las rejas. Entre 1970 y 1972 asesinó a 11 personas, incluidos cómplices, y violó a dos mujeres. Condenado a perpetua, pidió la inyección letal porque sabe que no saldrá nunca. Su frase al tribunal: “Algún día voy a salir y los voy a matar a todos”.
La lista es larga:
El Loco del Martillo (1963), que atacaba mujeres dormidas.
Francisco Laureana (1975), que violó y asesinó a 15 mujeres.
Celso Arrastía (1987-88), que asfixiaba mujeres con su ropa interior.
Luis Melogno, que mataba taxistas sin robarles.
Guillermo Álvarez, jefe de “los chicos bien”, que mataba porque le gustaba.
Estos casos muestran que el horror y el sadismo no distinguen época ni lugar. En todos, la frialdad y el desprecio por la vida marcaron un antes y un después en la historia criminal argentina.