

¿Se puede bajar de peso sin pasar hambre ni vivir contando calorías? La respuesta parece estar en la dieta flexible, un enfoque que viene ganando espacio frente a las clásicas dietas restrictivas que la mayoría abandona al poco tiempo. La clave está en algo que todos buscan: comer rico, sin culpas, y que funcione de verdad. Pero, ¿qué dice la ciencia?
La intriga es grande porque millones prueban una y otra vez distintos planes para adelgazar, pero la mayoría termina recuperando el peso perdido. ¿Por qué pasa esto y qué propone la dieta flexible como alternativa?
En el ZOE podcast, la profesora Sarah Berry, del King’s College London, tiró un dato fuerte: la mitad del peso que se pierde con dietas clásicas se recupera en apenas dos años, y a los cinco años el 70% ya volvió. Según explicó, casi cualquier dieta puede servir a corto plazo, pero ninguna es sostenible si se basa en prohibiciones.
El problema está en que muchas de estas propuestas son de moda: la carnívora, la cetogénica, la alcalina. Todas generan expectativa, pero a la larga se vuelven imposibles de mantener porque eliminan grupos enteros de alimentos.
El especialista en nutrición Alan Aragon, con más de 30 años de experiencia, defiende la dieta flexible como un camino más realista. La idea es simple: priorizar alimentos de calidad que a cada persona le gusten, sin vivir bajo el mandato del “no podés”.
Un concepto clave es el “margen YOLO” (You Only Live Once). ¿Qué significa? Que entre un 10% y 20% de las calorías diarias pueden destinarse a gustos como un chocolate, un helado o una galletita. Según Aragon, esto evita que la comida se convierta en un enemigo y ayuda a sostener la adherencia en el tiempo.
Berry coincidió y fue clara: “No se puede ser perfecto el 100% del tiempo. Si el 80% lo hacés bien, no te preocupes por el resto”.
La efectividad de la dieta flexible no se basa solo en qué se come, sino en el combo completo:
Proteínas: entre 1,2 y 2,2 gramos por kilo de peso para mantener músculo y controlar el hambre.
Ejercicio: entrenamientos de fuerza adaptados a cada persona, con movimientos básicos como empujes, tracciones y sentadillas.
Sueño: dormir bien reduce la ansiedad por alimentos calóricos.
Hábitos sostenibles: comer más despacio, evitar atracones nocturnos y, para algunos, probar ayuno intermitente temprano.
Tanto Aragon como Berry remarcaron que la dieta flexible no es una fórmula mágica ni un “plan milagro”. Es, más bien, un enfoque que se ajusta a la vida real y que apuesta a la constancia, al equilibrio y a la personalización.
En un mundo saturado de dietas que prometen resultados rápidos, la propuesta flexible parece ser la única que pone al placer y la salud en el mismo plato.