

¿Alguna vez te preguntaste por qué a veces el miedo no desaparece, aunque quieras olvidarlo? La respuesta está en cómo funciona nuestro cerebro y cómo crea nuevas huellas de memoria mientras intentamos superar lo que nos asusta. Un equipo internacional de científicos acaba de descubrir claves fascinantes que podrían cambiar la forma de tratar la ansiedad.
El estudio, publicado en Nature Human Behaviour, mostró que la extinción del miedo no borra los recuerdos originales. En cambio, el cerebro genera una nueva memoria que actúa como freno sobre la respuesta de miedo, dependiendo del contexto en que se aprende. Esta memoria se forma gracias a la coordinación entre la amígdala, el hipocampo y la corteza prefrontal, tres regiones profundas del cerebro que trabajan en equipo para regular nuestras emociones.
La investigación se realizó con 49 pacientes con epilepsia en el Hospital Pitié Salpêtrière de París y el South China Normal University Hospital de Guangzhou, usando electroencefalografía intracraneal (iEEG). Esta técnica permite ver con alta precisión la actividad neuronal, mucho más allá de lo que pueden ofrecer los métodos no invasivos.
Durante los experimentos, los participantes asociaron imágenes de objetos eléctricos con un estímulo aversivo, como un grito con expresión negativa. Luego, en la fase de extinción, algunas asociaciones se cambiaron, observando cómo ajustaban sus respuestas cuando la amenaza desaparecía. Los resultados mostraron que, aunque aprendieron a reaccionar con seguridad ante ciertos estímulos, el miedo original no desapareció por completo. Esto demuestra que las memorias de miedo y de extinción coexisten en nuestro cerebro.
A nivel neurofisiológico, se detectó un aumento de las oscilaciones theta en la amígdala durante la extinción, señal de que el cerebro identificaba estímulos como seguros. Además, la coordinación entre la amígdala, el hipocampo y la corteza prefrontal lateral se intensificó, especialmente en el contexto donde se había aprendido la extinción. Esto explica por qué el miedo puede reaparecer en diferentes entornos: si la memoria de extinción es demasiado dependiente del contexto, la sensación de seguridad no se generaliza.
Según los investigadores, entender cómo se generan estas huellas de memoria y su relación con el contexto es clave para diseñar terapias más efectivas contra la ansiedad. En otras palabras, conocer cómo nuestro cerebro maneja los recuerdos de miedo podría ayudarnos a superar situaciones que nos paralizan, entrenando nuestra mente para que la seguridad se mantenga más allá del lugar donde aprendimos a sentirnos tranquilos.
Este hallazgo abre un camino enorme para futuras investigaciones y terapias, pero también nos deja una pregunta abierta: ¿cómo podemos aplicar estos descubrimientos en la vida cotidiana para que los recuerdos de seguridad sean más fuertes que los del miedo?