

Imaginá sobrevivir a Auschwitz siendo diferente en todo, y aun así mantenerte vivo gracias a la obsesión de un hombre que representaba el horror absoluto. La familia Ovitz, un clan de artistas judíos con enanismo, vivió este infierno de manera única. Sus cuerpos pequeños y su espíritu enorme los convirtieron en sujetos involuntarios de los experimentos de Mengele, el médico nazi obsesionado con la genética.
En Rozavlea, un pueblo de Transilvania, los Ovitz habían construido un hogar lleno de música, risas y talento. Eran siete hermanos, todos enanos, que formaban junto a sus padres y familiares de estatura normal una troupe circense conocida como “Lilliput Troupe”. Su espectáculo recorría pueblos con canciones y acrobacias, generando fascinación y, a veces, burlas. Pero la fama dejó de ser divertida cuando los nazis invadieron Europa.
En mayo de 1944, los soldados alemanes deportaron a los Ovitz a Auschwitz. Allí, entre miles de prisioneros, no pasaron desapercibidos. La noticia de su existencia llegó rápidamente a Josef Mengele, conocido como el “Ángel de la Muerte”. El médico nazi quedó fascinado: siete hermanos enanos con padres y primos de estatura normal representaban, para él, un hallazgo científico extraordinario.
Lo que siguió fue una mezcla de supervivencia y horror. Los Ovitz fueron sometidos a experimentos de Mengele: análisis de sangre, mediciones de huesos, rayos X y pruebas dolorosas, siempre con la excusa de “avanzar en la ciencia”. La familia entendió rápido que su única protección era ser útiles para el médico. Así, lo que parecía un privilegio se convirtió en una rutina macabra: atención especial y doble ración de comida a cambio de soportar el dolor y la humillación.
Dentro del laboratorio de Mengele, los Ovitz encontraron solidaridad y resiliencia. Se cuidaban entre ellos, compartían su comida y tejían pequeñas rutinas para no sucumbir al terror. Aun en medio del horror, mantenían chispa y humor, ofreciendo un refugio emocional a otros prisioneros. Sarah, la más pequeña, se desmayó durante un experimento, pero sus hermanos la protegieron, recordando que cada día sobrevivido era un triunfo silencioso.
Contra todo pronóstico, la familia completa sobrevivió. Tras la liberación del campo por los soviéticos en enero de 1945, los Ovitz regresaron a Rozavlea, reconstruyeron su vida y retomaron la música, aunque el recuerdo de los experimentos de Mengele y la sombra de Auschwitz nunca los abandonó. Sus historias, recuerdos y objetos sobrevivientes se convirtieron en testimonio de una vida marcada por el horror y la fuerza de la resiliencia.
La historia de los Ovitz no solo muestra la brutalidad de la Segunda Guerra Mundial, sino también cómo la humanidad puede resistir incluso bajo las condiciones más extremas. Cada relato, cada risa recuperada y cada flauta guardada es un recordatorio de que, incluso frente a la maldad más absoluta, la vida encuentra maneras de persistir.