

¿Por qué muchos buscan un chocolate aun sabiendo que no es la opción más saludable? La respuesta no está solo en el paladar. Un estudio reciente revela que el cerebro tiene mucho más que ver con nuestras elecciones de comida de lo que pensábamos. Y lo interesante es que este hallazgo abre la puerta a entender mejor por qué las preferencias por los alimentos dulces son tan difíciles de cambiar.
La investigación de la Universidad Estatal de Florida (FSU), publicada en The Journal of Neuroscience, encontró que una zona llamada tálamo mediodorsal cumple un rol central en cómo anticipamos los sabores. Hasta ahora no se lo vinculaba de manera directa con el gusto, pero los científicos comprobaron que este sector cerebral puede “predecir” qué vamos a probar y condicionar nuestra reacción antes de dar el primer bocado.
Según explicó Roberto Vincis, director del equipo, el tálamo no solo distingue entre lo dulce y lo salado, sino que además percibe la intensidad: no es lo mismo algo “apenas dulce” que “muy dulce”.
Uno de los puntos más llamativos es que esta región del cerebro puede procesar el gusto incluso sin ayuda del olfato. Eso significa que, aunque un alimento no tenga aroma, el tálamo puede determinar si nos resulta agradable, desagradable o neutro.
En las pruebas, los investigadores observaron que algunas neuronas aumentaban su actividad a medida que se intensificaba la concentración de azúcar o sal, mientras que otras reducían su respuesta. Esa diversidad le permite al cerebro construir una interpretación más rica y compleja de cada sabor.
El estudio también mostró que ciertas neuronas responden a señales previas al sabor, como sonidos. Por ejemplo, el clásico tintineo de un camión de helados puede despertar la expectativa de algo dulce incluso antes de probarlo.
Tal como señaló Katherine Odegaard, primera autora del trabajo, esto demuestra que las preferencias alimentarias no solo se forman por la experiencia directa, sino también por asociaciones previas y recuerdos. Una sola experiencia —una comida reconfortante o un sabor desagradable— puede marcar a largo plazo nuestra relación con determinados alimentos.
El sentido del gusto no es un simple capricho biológico. Según los Institutos Nacionales de Salud (NIH), nos protege de productos dañados y al mismo tiempo guía nuestra felicidad y bienestar. Entender cómo el cerebro maneja los sabores puede ayudar en el futuro a tratar trastornos del gusto y a comprender mejor conductas vinculadas a la comida.
En resumen: esta investigación muestra que nuestras elecciones frente a los alimentos dulces no dependen solo del paladar. El cerebro anticipa, recuerda y condiciona lo que sentimos al comer, explicando por qué a veces resulta tan difícil resistirse a ciertos sabores.