

Axel Kicillof hizo pie en su bastión bonaerense con una contundencia inédita: su victoria en la provincia no apenas consolidó su gestión sino que marcó un frente de poder territorial indiscutible, construido codo a codo con intendentes peronistas de peso. La movilización simultánea y articulada de estos liderazgos locales fue clave—como si el Peronismo reencarnara una fuerza tutelar del interior, capaz de disciplinar al oficialismo nacional desde su núcleo.
El resultado de 7 de septiembre dejó una lectura clara: la construcción política camporista y peronista provincial triunfó sin sobresaltos. Las disputas por el poder interno (entre Kicillof, Cristina y La Cámpora) se dejaron de lado en favor de una unidad táctica que neutralizó cualquier amenaza libertaria.
Pulso bonaerense intacto: la elección no sólo definió bancas legislativas, también amansó a la narrativa de cambio impulsada desde Nación, y fortaleció un armado territorial que proyecta su influencia con lógica de medio plazo hacia las legislativas nacionales.
El bloque encabezado por Martín Menem—junto a Pareja y el respaldo de Karina Milei—se derrumbó como una torre construida sobre arenas movedizas. El escrutinio bonaerense fue lapidario: el armado oficialista de la casta fracasó, y la derrota fue tan humillante como el triunfo fue contundente al peronismo.
Atrás quedó esa estrategia de reeditar un poder compartido entre figuras del establishment y el ala ultraliberal. La figura de Martín Menem se desinfló como candidato palaciego, y Pareja no consiguió capital político suficiente para sostener la alianza. Por si fuera poco, en medio del rebrote económico y la angustia social, las promesas de renovación se llevaron por delante.
Este viraje es presentado como un “doble knock-out” que no sólo liquida expectativas sino que reafirma el poder peronista provincial como eje central del tablero bonaerense.
Lo que pasó en Buenos Aires no es un capítulo aislado. La victoria de Kicillof, con su estructura territorial intacta, fortalece al peronismo frente a un oficialismo desarticulado. Para octubre, la provincia se posiciona como jardin frontal del kirchnerismo territorial.
Por otro lado, la derrota de los Menem-Pareja allana infiernos internos en el oficialismo: queda en evidencia que la “apertura libertaria” no logran construir una base electoral provincial, y la casta política que buscó camuflarse como nueva quedó expuesta como su vieja autocracia reciclada.
Axel Kicillof emerge como el principal árbitro bonaerense, con capacidad de definir candidaturas, alianzas y nombres si la interna se reaviva.
La campaña de octubre se encenderá desde el conurbano, con intendentes alineados y recursos logísticos intactos.
El fracaso de los bloques menemistas genera una nueva sangría interna en las fuerzas libertarias, que deberán reconfigurar su estrategia si quieren sobrevivir en territorio bonaerense.