

Por: Jonatan Anaquin
En un mundo donde el metal era sinónimo de velocidad, distorsión y energía desbordante, Metallica sorprendió al mundo con Nothing Else Matters, una balada que parecía estar en las antípodas de su identidad musical. Durante años, la banda de San Francisco fue referente del thrash metal, con discos como Master of Puppets y Kill ‘Em All que definieron el género. Sin embargo, la llegada del Black Album en 1991 marcó un punto de inflexión.
Nothing Else Matters no fue solo una canción: fue un gesto de honestidad brutal que expuso un costado emocional inédito en James Hetfield y en todo el grupo. Lo que comenzó como un momento íntimo —Hetfield tocando la guitarra con una sola mano mientras hablaba por teléfono con su novia— terminó convirtiéndose en un himno global que traspasó las fronteras del metal.
El resultado fue un tema que conectó con millones de personas que nunca habían escuchado metal. “Tan cerca, no importa qué tan lejos”, dice uno de los versos, en un mensaje que habla de amor, confianza y la distancia que duele. Ese lirismo directo y sincero fue la llave que permitió a la banda ganar nuevas audiencias y consolidarse como un fenómeno cultural.
Treinta años después, la canción sigue siendo protagonista de sus conciertos, es versionada por artistas de diversos géneros y aparece en películas, series y eventos deportivos. Nothing Else Matters resiste el paso del tiempo porque toca fibras universales: la distancia, el amor y la fidelidad a uno mismo.
La historia detrás de Nothing Else Matters es, en el fondo, una lección para los artistas: ser genuino también puede ser disruptivo. Metallica no traicionó su identidad, sino que la expandió. Y en ese proceso, redefinió lo que el metal podía ser.