lunes 22 de septiembre de 2025 - Edición Nº5291

Opinión | 22 Sep

El precio de las falsas denuncias, un padre muere y su madre sin consuelo lucha por ver a su nieta

17:08 |Por: Mimi Dominici, Comunicadora Pública y Política. Con: Patricia Aragonés.


En el vivo de Instagram de la periodista platense Mimi Dominici, se escuchó una de las historias más desgarradoras de los últimos tiempos. Patricia Aragonés, madre y abuela, rompió en llanto al contar cómo la justicia injusta no solo le arrebató a su hijo Lucas, sino que hoy le niega el derecho a ver a su única nieta, a pesar de que cada mes paga religiosamente la cuota alimentaria exigida por el juzgado.

Lucas era un joven padre que amaba profundamente a su hija, vivía para ella. Sin embargo, su vida cambió de manera brutal cuando la madre de la niña, su ex pareja, le realizó una denuncia falsa por violencia de género. Nunca hubo pruebas, nunca se acreditó nada, la denunciante no presentaba marcas, ni lesiones, ni certificados médicos, ni testigos. A pesar de eso, la justicia le dio la espalda a Lucas, como si una simple acusación bastara para destruir su vida.

Lo separaron de su hija sin ninguna evaluación seria, sin pruebas contundentes, sin escucharlo. Lo condenaron al peor de los castigos: la indiferencia del sistema. A partir de ese momento, Lucas comenzó a deteriorarse, dejó de comer, bajó drásticamente de peso y se dejó morir. Literalmente su única voluntad era volver a ver a su hija, lo decía una y otra vez, era su único pedido.

Su salud se agravó, y en el último instante de lucidez, antes de que le colocaran el respirador, dijo el nombre de su hija. El médico, sorprendido, preguntó si era el nombre de su pareja. Patricia, parada al lado de su hijo moribundo, apenas pudo responder “es su hija”. Esas fueron las últimas palabras de Lucas. A los pocos días murió, lo mató una falsa denuncia.

Patricia no tuvo tiempo de procesar el duelo. Con el corazón desgarrado, apenas había enterrado a su hijo cuando recibió en su casa una notificación judicial. La abogada de la madre de su nieta la intimaba a pagar la cuota alimentaria. Sí, la misma mujer que con su acusación destruyó la vida de Lucas, ahora la obligaba a pagar por una nieta a la que ni siquiera le permiten ver.

Esa abogada, una letrada inescrupulosa, violenta y sin piedad, conocida por su actitud prepotente y manipuladora en los pasillos de tribunales, se presentó en el juzgado para amedrentar a Patricia, una mujer mayor, jubilada, quebrada emocionalmente. No solo la maltrató, sino que la amenazó con ir por sus otros hijos si no pagaba.

Una amenaza despiadada, desprovista de toda humanidad, digna de quien no conoce la empatía ni el dolor ajeno. Una operadora legal sin alma.

Patricia vive con la jubilación mínima, su esposo quedó sin trabajo el año anterior, juntos hacen malabares para sobrevivir. Pero el miedo a perder a otro hijo, como ya perdió a Lucas, la empujó a pedir ayuda. Se endeudó, la familia entera junta cada mes el dinero para pagar la cuota alimentaria y las costas judiciales exigidas por esa abogada carroñera, que en vez de buscar el bienestar de la menor, parece interesada únicamente en venganzas personales y dinero.

Lo más atroz de esta historia es que aun cumpliendo con los pagos, Patricia no puede ver a su nieta, no tiene contacto, ni fotos, ni visitas, solo la tristeza de saber que existe y no poder estar con ella. “Mi nieta es lo único que me queda de mi hijo en la tierra; estar con ella es estar un ratito más con él”, repite Patricia una y otra vez.

Todo esto sucede en el partido de 3 de Febrero, Caseros, provincia de Buenos Aires, en pleno siglo XXI, en un país que dice defender los derechos humanos, que castiga sin pruebas a los hombres y revictimiza a las familias, permitiendo que los relatos sin sustento destruyan vidas enteras. La denuncia que arruinó la vida de Lucas jamás se comprobó, sin embargo, la justicia avanzó igual. Se violó el principio constitucional de igualdad ante la ley, ignorando que el relato no sustituye la evidencia.

Durante toda la entrevista que llevó a cabo la periodista Mimi Dominici, Patricia no pudo contener el llanto, se quebró una y otra vez al recordar a su hijo, al relatar la frialdad con la que fue tratada, al explicar cómo cada mes se le exige dinero, pero se le niega el afecto más básico, que es el contacto con su nieta.

La historia de Patricia no es un caso aislado, es el reflejo de un sistema que muchas veces deja desamparados a los verdaderos inocentes y les da poder a quienes usan las leyes como herramientas de venganza y de extorsión económica. Mientras tanto, una madre y abuela sigue llorando la muerte de su hijo y espera, con el corazón en la mano, que alguien la escuche y la deje ver a su nieta.

Porque la justicia que no mira, no escucha y no siente, también mata.

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