

Hay algo fascinante en el cine de terror: cada vez que creemos haberlo visto todo, surge un director que intenta convencernos de que todavía queda un truco bajo la manga. En este caso, Ben Leonberg no buscó la vuelta con otro metraje encontrado, ni con cámaras fijas ni con asesinos enmascarados que parecen tener contrato vitalicio con el género. Lo suyo fue más simple y arriesgado: poner la cámara a la altura de un perro y dejar que Indy, un retriever de Nueva Escocia, sea nuestro guía por una casa encantada.
El resultado es Good Boy, una película de apenas 72 minutos que se siente como una bofetada corta pero intensa. Un experimento que, a pesar de sus limitaciones, consigue emocionar, aterrar y hasta desesperar al espectador… porque, admitámoslo, ver sufrir a un perro nos enciende más rápido que cualquier jumpscare barato.
La premisa funciona. Mucho. Tanto, que en los primeros veinte minutos uno se compra el juego completo: luces, sombras, silencios y la mirada de Indy, que capta lo que nosotros apenas intuimos. Pero claro, llega un punto en que la fórmula empieza a repetirse. La película insiste en mostrarnos una y otra vez al perro percibiendo lo invisible, y lo que al inicio resulta innovador, en el tramo final empieza a sentirse como un loop.
Aun así, hay que darle crédito a Leonberg: no es fácil entrenar a un animal para que sostenga el peso dramático de un film entero, y mucho menos sin caer en la ridiculez. El vínculo director-perro se nota en cada plano, y ahí radica parte de la magia que mantiene en pie la propuesta.
Más allá del recurso, Good Boy no es solo una colección de sustos caninos. La relación entre Todd (Shane Jensen) e Indy atraviesa la trama como un hilo de ternura que contrasta con lo sombrío. Y aunque la crítica podría acusar a Leonberg de explotar la carta emocional más obvia (porque ¿quién no quiere proteger a un perro?), lo cierto es que ese lazo humano-animal es lo que evita que la película se hunda en su propio gimmick.
Good Boy es, al mismo tiempo, un soplo de aire fresco y una prueba de que no todo experimento puede sostenerse por mucho tiempo. Es intensa, conmovedora y técnicamente impecable, pero también se siente atrapada en la jaula de su propia premisa.
Si buscás un terror distinto, acá lo tenés. Si esperás algo que revolucione el género para siempre, mejor bajá la expectativa. Eso sí: si tenés tu vena John Wick y odiás ver a los perros sufrir, andá preparado… porque Indy lo pasa tan mal que más de uno va a querer prender fuego la pantalla para rescatarlo.