

Parece que en la Argentina los fantasmas no descansan: simplemente cambian de traje y de vocero. Ahora, el rumor que sacude los pasillos del poder es el retorno del plan de convertibilidad, ese experimento noventoso que nos vendieron como modernidad y terminó dejando más fábricas vacías que promesas cumplidas.
El presidente Javier Milei —o el autoproclamado “león libertario” que ruge contra el Estado mientras acaricia el dólar como si fuera una estampita— prepara, según un economista de su entorno, un nuevo “uno a uno”. El anuncio llegaría luego de su encuentro con Donald Trump, en lo que promete ser una cumbre de egos con peinados difíciles y recetas económicas recicladas del manual neoliberal.
Recordemos: en 1991, Carlos Menem y Domingo Cavallo decidieron que un peso valía un dólar. Parecía magia: los precios se frenaron, los viajes a Miami se multiplicaron y por un instante creímos ser parte del primer mundo.
Pero como todo truco, tenía su costo. Detrás del decorado, la industria nacional se desangraba, el desempleo crecía, y la deuda externa se inflaba como globo de feria. Hasta que un día, el aire se acabó. 2001. Corralito, cacerolas, helicóptero. Fin del milagro.
Hoy, Milei parece dispuesto a soplarle el polvo al mismo libreto. La excusa: un supuesto salvataje financiero de Estados Unidos, con un swap de 20 mil millones de dólares que serviría como respaldo para volver a encadenar el peso al dólar. El problema es que ya vimos esa película, y no fue precisamente una comedia.
Antonio Aracre, exasesor presidencial, habló de “respaldo y estabilidad”. Otros economistas, con más memoria o menos fe, respondieron con ironía: “la convertibilidad trajo estabilidad… y también destruyó la producción nacional”.
Mientras tanto, el Gobierno celebra la posibilidad de que cada peso vuelva a valer un dólar. Pero la pregunta es si no estamos repitiendo el mismo error con otro decorado. Porque si algo caracteriza a nuestra historia económica es esa tendencia tan argentina de tropezar dos, tres o cinco veces con la misma piedra, pero con épica libertaria y slogan nuevo.
Y así, entre viajes a Miami imaginarios, promesas de “estabilidad” y abrazos trumpistas, el país vuelve a debatirse entre la nostalgia del dólar barato y el miedo a otro diciembre ardiente.
Al fin y al cabo, Milei parece decidido a convertir el pasado en un loop eterno: el “uno a uno” vuelve, pero esta vez con motosierra incluida.