

La Libertad Avanza atraviesa, una vez más, una tormenta interna que deja al descubierto la fragilidad de su estructura política en la provincia de Buenos Aires. El armado fiscalizador —clave en cualquier elección— no logra consolidarse ni siquiera con la simplificación que ofrece la Boleta Única de Papel.
Fuentes dentro del espacio reconocen que se necesitarían al menos 40 mil fiscales con experiencia, pero la cifra actual estaría muy lejos de ese ideal. La falta de preparación, la escasa coordinación y la desconfianza interna golpean con fuerza en distritos neurálgicos como La Matanza, el conurbano profundo y parte de La Plata, donde los libertarios parecen haber perdido el control del territorio.
El nombre que más resuena en los pasillos violetas es el de Sebastián Pareja, principal armador provincial del espacio y blanco de las críticas más duras. En la interna, muchos lo acusan de haber montado su propio aparato político —un “parejismo” que responde más a su ambición personal que al proyecto mileísta—, generando tensiones con la conducción nacional.
El reproche es claro: mientras el discurso libertario se centra en la pureza ideológica y el combate contra “la casta”, puertas adentro se repiten los mismos vicios que los libertarios decían combatir. Nepotismo político, estructuras endogámicas y falta de transparencia parecen ser las nuevas monedas de cambio.
La renuncia de José Luis Espert tras el narcoescándalo que sacudió al espacio fue apenas el primer síntoma visible del desmoronamiento libertario bonaerense. Desde entonces, las filas se resintieron y la moral militante cayó en picada. “No hay ánimo de salir a defender el voto”, reconocen incluso desde sectores moderados de LLA.
El cuadro es tan crítico que algunos referentes confían más en el PRO de Diego Santilli que en su propio esquema fiscalizador, una ironía que no pasa desapercibida: el movimiento que nació para “jubilar a la vieja política” hoy depende de ella para sobrevivir en el terreno electoral.
El problema de fondo en La Libertad Avanza no es solo logístico, sino estructural. El mileísmo nunca logró en Buenos Aires lo que sí consiguió en redes sociales: consolidar una base sólida, orgánica y disciplinada. La construcción política real —la que se gana puerta a puerta, con fiscales, referentes y militantes— sigue siendo un terreno ajeno para una fuerza más acostumbrada a los likes que al barro del territorio.
En este contexto, la elección bonaerense se perfila como un termómetro brutal para medir hasta dónde llega el desgaste del proyecto libertario y cuánto queda de aquella épica antisistema que alguna vez movilizó multitudes.
La Libertad Avanza llega al 26 de octubre con el discurso encendido pero el motor desarmado. Su talón de Aquiles es la organización, o más bien, la falta de ella. Mientras Javier Milei insiste en la “revolución liberal”, su estructura provincial muestra signos de agotamiento y fragmentación.
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La política, incluso la que se proclama distinta, necesita estructura, cuadros y territorio. Y eso —por más que se intente negar desde los atriles libertarios— sigue siendo el verdadero poder.