En los últimos días, Buenos Aires fue testigo de un despliegue político y financiero inusual: la llegada de Jamie Dimon, CEO de JPMorgan, el banco más grande del mundo por capitalización bursátil y operaciones en Estados Unidos, acompañado por Condoleezza Rice y Tony Blair, dos figuras centrales en la Segunda Guerra en Irak.
Aunque el motivo oficial de la visita no fue revelado, resulta improbable que el interés sea la inversión en Argentina. El país, por su tamaño y relevancia limitada en los mercados globales, no figura como un objetivo prioritario para un banco de la magnitud de JPMorgan. Sin embargo, la presencia de Rice y Blair, arquitectos políticos de la controvertida guerra que se basó en la supuesta existencia de armas químicas inexistentes, sugiere que hay intereses mayores detrás de este evento.
Esta guerra, que provocó la muerte de cientos de soldados estadounidenses y generó un debate internacional intenso, contó con el impulso de Dick Cheney, entonces vicepresidente de EE.UU., y la entonces secretaria de Estado Condoleezza Rice, además del apoyo incondicional de Tony Blair, primer ministro británico. La película de Roman Polanski, El Escritor Fantasma, retrata cómo corporaciones con poder económico global respaldaron estas decisiones bélicas, una historia que parecía distante hasta que su memoria se materializó en la llegada de estos personajes a Buenos Aires.
El hecho ocurre pocos días después de que Estados Unidos comprara pesos argentinos para sostener la economía local, tras declaraciones de Donald Trump advirtiendo que el país se encaminaba a convertirse en un “Estado fallido”. Este contexto económico y político sugiere que la visita de Dimon y sus acompañantes no es meramente protocolar, sino que puede involucrar intereses estratégicos y financieros mucho más complejos.
En definitiva, la combinación de un banquero poderoso y ex líderes de guerra en territorio argentino plantea un interrogante: ¿qué mueve realmente al poder global y cómo impacta esto en un país marcado por la inestabilidad económica y política? La respuesta aún está por verse, pero la escena ya dejó un mensaje claro: el poder se exhibe y se mueve con pasos calculados, incluso cuando parece solo un desfile de figuras de otra era.