La política argentina parece condenada a repetirse: proyectos que prometen renovación, pero que terminan atrapados por los mismos vicios del poder. La reciente cena entre Javier Milei y Mauricio Macri en la Quinta de Olivos fue un ejemplo elocuente. Lo que comenzó como un gesto de cortesía terminó en un intercambio de reproches velados, desconfianza mutua y un nuevo capítulo en la interna que divide al oficialismo.
Macri, en su rol de “mentor arrepentido”, decidió hacer público su malestar por la designación de Manuel Adorni como jefe de Gabinete, cuestionando su falta de experiencia y lamentando la salida de Guillermo Francos, a quien calificó como una figura de equilibrio. Pero su mensaje fue mucho más que un comentario: fue una advertencia política. El creador del PRO intenta recordarle a Milei que su apoyo electoral no fue un cheque en blanco, sino una alianza con condiciones que el libertario parece cada vez menos dispuesto a cumplir.
Por su parte, Milei continúa refugiándose en su entorno más íntimo, con decisiones que profundizan las tensiones dentro de su propio gobierno. La influencia de Karina Milei y de Santiago Caputo, protagonistas de una interna cada vez más evidente, se convierte en un obstáculo para la estabilidad que el Presidente dice buscar. En ese contexto, la reacción de Macri no sólo expone la fragilidad del vínculo entre ambos, sino también el vacío de liderazgo dentro de la coalición que alguna vez prometió “terminar con la casta”.
Ambos dirigentes comparten una paradoja: dicen defender la institucionalidad y la eficiencia, pero sus movimientos están guiados por el cálculo personal y la preservación del poder. Macri, desde afuera, busca mantener la relevancia de su figura y de su partido; Milei, desde adentro, se obstina en blindar su gobierno de cualquier influencia que no sea la suya.
El resultado es un país que observa cómo los egos se anteponen a la gestión, y cómo la oportunidad “histórica” que Macri invoca en su comunicado empieza a diluirse entre las disputas internas y la falta de rumbo político. En definitiva, más que una alianza, lo que une a Macri y Milei es la desconfianza. Y en la historia argentina, las alianzas sin confianza siempre terminan igual: en la fractura.