Dicen que hay partidos que se juegan con algo más que once hombres. En el Monumental, Gimnasia y Esgrima La Plata enfrentó a River con un jugador invisible, eterno, y omnipresente: Diego Armando Maradona. No fue solo una cuestión de símbolos o recuerdos: el espíritu del “Diez” se hizo sentir en cada pelota dividida, en cada atajada y en el corazón de los hinchas que miraban al cielo con fe.
El encuentro tuvo una carga especial desde el inicio. En el pecho de la camiseta albiazul se lucía un parche conmemorativo por los 65 años del nacimiento de Maradona, un gesto que trascendió lo estético. Era una promesa silenciosa de entrega, de coraje, de identidad. Y Gimnasia cumplió.
Cuando el silbato final marcó el 1-0 en favor del “Lobo”, las redes se inundaron de imágenes y recuerdos. Entre todas, una foto retro volvió a cobrar vida: Diego, como técnico del club, inclinado, hablándole con ternura y determinación a Nelson Insfrán. Esa postal —difundida por la cuenta oficial de DAM— se convirtió en un símbolo de destino.
Porque fue Insfrán quien, en el último minuto, detuvo un penal que valió la victoria. Sus manos parecieron estar guiadas por algo más que reflejos. En las tribunas y en las redes, los hinchas lo entendieron como una señal: el Diego había bajado un ratito al Monumental para tapar ese disparo.
Los comentarios se multiplicaron. “Estuvo con nosotros”, “El Diez no se pierde una con el Lobo”, “Gracias, Maestro”, fueron algunos de los mensajes que resonaron entre lágrimas y sonrisas. El fútbol argentino, una vez más, se rindió ante la mística maradoniana, esa mezcla de pasión y destino que solo él supo representar.
En la intimidad del vestuario, se respiraba algo distinto. Algunos jugadores confesaron haber sentido una fuerza especial, un impulso que los hizo correr más, creer más. Otros miraban el escudo con el parche dorado y decían que, de algún modo, Diego había jugado ese partido con ellos.
Maradona fue parte de Gimnasia. Lo sigue siendo. Su legado no cabe en una tribuna ni en un mural: habita en los gestos, en la rebeldía y en cada jugada que desafía la lógica. La victoria ante River no solo fue un triunfo deportivo; fue un encuentro espiritual entre el pasado, el presente y la memoria de un ídolo que nunca se fue.
En el Bosque, los hinchas ya preparan una ovación especial para el lunes ante Vélez. Porque más allá del resultado, saben que Diego volverá a estar ahí: en el aire, en el escudo y en cada latido azul y blanco.