sábado 8 de noviembre de 2025 - Edición Nº5338

Deportes | 8 Nov

El adiós del inversor que nunca cuajó

09:00 |La decisión de los socios de Rampla Juniors de cortar lazos con la sociedad anónima deportiva marca más que un conflicto institucional: revela el choque entre la identidad popular de un club y la lógica empresarial externa que prometió resurgir y terminó dejando heridas abiertas.


La relación entre Rampla Juniors y el inversor estadounidense Foster Gillett llegó a un cierre definitivo luego de una asamblea cargada de tensiones, símbolos y memoria colectiva. El vínculo, que había sido presentado como una oportunidad de crecimiento económico y deportivo, se transformó en una experiencia frustrante para los socios, quienes finalmente decidieron rescindir el contrato con la Sociedad Anónima Deportiva (SAD) que gestionaba el club.

El proyecto que desembarcó en el equipo uruguayo había llegado envuelto en expectativas, impulsado por la promesa de inversión, saneamiento financiero y profesionalización. Sin embargo, la realidad se impuso con crudeza. El club cayó a la Primera División Amateur, algo sin precedentes para la institución en más de una década. Este descenso no solo fue una marca deportiva: se convirtió en el síntoma más evidente de un proceso de conducción que, según los socios, nunca cumplió con los compromisos asumidos.

Durante la asamblea, las expresiones de descontento quedaron claras. Se repartieron billetes falsos con las imágenes de Gillett, el presidente de la SAD Gastón Tealdi, e incluso del titular de la asociación civil del club, Gabriel Kouyoumdjian. El gesto, directo y teatral, apuntó a denunciar el incumplimiento económico y la sensación de haber sido expuestos a promesas vacías. La declaración de persona no grata sobre Tealdi consolidó el quiebre emocional e institucional.

Según explicó el vocero de la asamblea, Pablo Bentancur, la ruptura no fue impulsiva: la SAD había sido intimada a regularizar deudas 60 días antes, pero al no concretarse el desembolso de fondos comprometidos, los socios quedaron habilitados legalmente para poner fin al acuerdo. La inversionista pagó solo lo necesario para sostener la competencia deportiva básica, sin encarar el pasivo financiero ni los puntos estructurales del contrato.

Los socios también decidieron iniciar acciones legales para reclamar lo que consideran que aún se debe al club. Pero más allá del terreno jurídico, lo que quedó fue una definición identitaria: el Rampla de barrio, de hinchas obreros y pertenencia histórica, eligió preservar su autonomía incluso en un momento deportivo crítico.

“Fue una asamblea triste”, reconocieron. Triste por el contexto de descenso, pero también revitalizadora, porque los socios mostraron unidad y voluntad de reconstrucción. Lo que viene ahora no será fácil —recuperar categorías, ordenar cuentas, devolver ilusión— pero el club vuelve a estar en manos de quienes lo sienten propio.

Y esa, para Rampla, nunca fue una cuestión menor.

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