El panorama para el agro en la provincia de Buenos Aires ha dado un giro dramático: las recientes lluvias –que en algunos casos superaron los 200 milímetros en apenas dos días– han sumido a decenas de miles de hectáreas bajo el agua, rompieron caminos rurales y dejaron a productores sin posibilidades de avanzar con siembras o cosechas.
Los distritos de Bolívar, Daireaux y Urdampilleta figuran entre los más castigados: los caminos rurales se tornaron intransitables y la logística quedó paralizada. Según datos de la Confederación de Asociaciones Rurales de Buenos Aires y La Pampa (CARBAP), hay alrededor de cinco millones de hectáreas con algún grado de afectación, mientras que la Bolsa de Cereales de Buenos Aires había señalado hace semanas que unas 900 000 hectáreas estaban directamente bajo agua.
La zona entre Las Flores y la costa bonaerense aparece como nueva frontera del desastre: su drenaje es lento, los cauces saturados y las obras de infraestructura escasas o paralizadas.
Aunque los focos de alerta ya estaban encendidos desde octubre, cuando comenzaron las lluvias intensas, la situación esta semana se agravó con tormentas que arrojaron ráfagas de más de 100 km/h, granizo y volúmenes que superaron los 140 mm.
En respuesta, los productores organizaron un “tractorazo” durante el Día Nacional de los Caminos, para visibilizar la crítica situación de los caminos rurales y reclamar una intervención estatal de fondo.
En tanto, las autoridades provinciales –el ministro de Gobierno, Carlos Bianco– reconocieron que “ha llovido más del doble de lo habitual en un año”, y afirmaron que están trabajando junto a los municipios. Pero en los campos, el diálogo aún no se traduce en respuestas concretas.

Expertos en hidráulica advierten que lo que hoy se ve como crisis climática es en gran parte un problema estructural acumulado. El ingeniero Claudio Velasco señala que hace falta una inversión de alrededor de 9 600 millones de dólares sólo para la cuenca del Río Salado, clave para evacuar el agua bonaerense.
El déficit se remonta a años de escasa planificación, obras postergadas y una creciente combinación de sequías prolongadas y lluvias extremas. El resultado: un escenario donde el agua gobierna los tiempos del campo.
Mientras los productores esperan que se concreten las ayudas prometidas, muchos campos permanecen paralizados: la siembra de soja y maíz está demorada, el traslado de insumos es más difícil y la ganadería también registra una caída por imposibilidad de acceso al establecimiento.
Si la situación no se revierte con rapidez, productores advierten que el costo económico será profundo: pérdidas en producción, caída de inversiones y un impacto que podría trasladarse al eslabón logístico e industrial.