Por: Jonatan Anaquin
La última fecha del Torneo Clausura se presenta para River como un examen que excede el resultado inmediato. No se trata únicamente de asegurar el ingreso al repechaje de la Copa Libertadores 2026, sino de reafirmar una estructura que en los últimos meses ha mostrado fisuras.
El equipo de Núñez llega a Liniers sabiendo que no depende solo de su propio rendimiento: debe vencer a Vélez y, además, esperar que Argentinos Juniors caiga ante Estudiantes en La Plata. La ecuación parece sencilla, pero el trasfondo indica algo más profundo: la falta de contundencia en los momentos decisivos.
Incluso si Argentinos empata, la diferencia de gol, hoy favorable al conjunto de La Paternal (+19 contra +17), obliga a River a ganar por dos tantos o más. Cualquier otro escenario lo empuja de manera directa a disputar la Copa Sudamericana. El margen de error es mínimo y las consecuencias, significativas.
Sin embargo, la clasificación por tabla anual no es la única vía. Existe la alternativa de ser campeón del Clausura, lo que otorgaría el pase directo a la fase de grupos. River se encuentra dentro de los puestos de playoffs, aunque su clasificación aún no está asegurada. Aquí aparece otra lectura: el problema no es solo un resultado puntual, sino la irregularidad sostenida en el torneo.
La situación presenta otra posibilidad insólita: llegar al repechaje gracias a un cupo liberado, si el Clausura lo conquista un club ya clasificado a la Libertadores, como Boca o Rosario Central. Esta posibilidad, paradójicamente, abre un escenario en el que River depende de su clásico rival para jugar el torneo continental que define su identidad futbolística.
Más allá de la matemática, el cierre del Clausura invita a preguntarse qué papel juega River en la escena actual: protagonista que impone condiciones o equipo que espera el tropiezo ajeno. El partido ante Vélez, entonces, no solo define su destino internacional: es una medida del estado real de su proyecto.
