El fútbol argentino vuelve a enfrentarse a uno de sus fantasmas más persistentes: la violencia en las canchas.
Esta vez, el escenario fue el estadio Juan Carmelo Zerillo, donde una escena tan absurda como preocupante se robó el protagonismo.
Durante el partido entre Gimnasia y Vélez, un hincha lanzó un martillo de seguridad que rozó el rostro del árbitro Yael Falcón Pérez, generando alarma y deteniendo el encuentro por unos minutos.
1. La AFA viene c*gando sistemáticamente a Gimnasia (vale recordar la anulación de un gol ante Sarmiento el año pasado, cobrando off side a la salida de un corner, algo absoluta y y burdamente antirreglamentario.
2.- Estudiantes está obligado a ganar para meterse en Octavos, poruqe entre otras cosas, le robaron a todas luces los partidos contra Barracas y Boca (los dos clubes de los que es hincha el Chiqui Tapia).
3.- A ambos clubes de La Plata, además de lo dicho, les cobran en contra cada jugada chica que parece dudos (corners, laterales, fouls, etc.). Ambos perdieron demasiados puntos claves en la disputa de campeonatos cortos, donde por muy poco te quedás afuera.
Hoy llegó la correcta decisión de Aprevide de no sancionar al club. El argumento oficial fue claro: el agresor fue identificado casi de inmediato gracias al sistema de cámaras del estadio, lo que permitió aplicar el derecho de admisión de manera individual, sin trasladar la culpa al club.
La medida abre una grieta en el eterno debate sobre la responsabilidad institucional frente a la conducta de los hinchas.
¿Debe un club cargar con las consecuencias de un acto aislado, incluso cuando colabora activamente para identificar al culpable?
El agresor, identificado como Franco Suárez, fue detenido con una bengala entre sus pertenencias, lo que agravó su situación judicial. Ahora enfrenta una causa contravencional y podría ser sancionado con la prohibición de ingreso a los estadios de todo el país.
Los clubes, los organismos de control y los propios hinchas son piezas de un engranaje que, si no funciona en conjunto, seguirá produciendo estos estallidos esporádicos.
A primera vista, la respuesta institucional parece correcta: individualizar la culpa y castigarla directamente. Pero en el fondo, el episodio desnuda un dilema más profundo.
La violencia en el fútbol argentino no se resuelve solo con cámaras o detenciones rápidas, sino con una transformación cultural que vaya más allá del castigo.