La aparición de los primeros cinco casos de dengue en el país —cuatro en el AMBA y uno en Entre Ríos— marca un comienzo de temporada que se adelanta respecto a lo habitual y obliga a revisar, una vez más, las condiciones que permiten que la enfermedad vuelva a instalarse año tras año. Aunque todas las infecciones registradas tienen antecedente de viaje y las autoridades sanitarias sostienen que el panorama se ubica todavía dentro de los parámetros de riesgo bajo, el hecho funciona como un recordatorio de que el dengue nunca desapareció del todo: solo retrocedió, esperando el momento propicio para volver a circular.
Según el Boletín Epidemiológico Nacional, estos casos surgen de un conjunto mucho más amplio de sospechas, 390 en total, lo que muestra la magnitud del monitoreo que sigue realizándose incluso fuera de los picos de actividad. A pesar de que en las últimas once semanas no se notificaron infecciones autóctonas, y de que la caída en comparación con los últimos años indica una interrupción sostenida de la transmisión viral, los especialistas advierten que la amenaza reemerge cada vez que confluyen dos elementos decisivos: personas virémicas y mosquitos capaces de transmitir el virus.
Tomás Orduna, infectólogo referente en enfermedades tropicales, recuerda que la presencia de casos importados no es algo nuevo y que históricamente funcionó como la chispa de posibles brotes. Su preocupación se centra en la dinámica del Aedes aegypti, un mosquito que incrementa su actividad hacia fines de noviembre en el AMBA y cuyo comportamiento puede transformar un movimiento individual del virus en un episodio de gran escala. Para Orduna, lo llamativo no es la aparición de casos aislados, sino la forma en que una temporada sin sobresaltos puede convertirse en un ciclo explosivo, como ya ocurrió entre 2023 y 2024.
A esta lectura se suma la advertencia de la viróloga Andrea Gamarnik, una voz de referencia para la región, quien insiste en que el comportamiento del virus es impredecible y que el único camino posible es la preparación constante. Su mirada coincide con la de Pablo Bonvehí, quien observa con inquietud que la detección temprana podría anticipar un aumento si las condiciones ambientales acompañan.

El factor climático, de hecho, no es menor. La especialista en mosquitos Sylvia Fischer describe un escenario en el que la abundancia de Aedes aegypti crece de manera progresiva, como cada año, pero subraya un punto que desestabiliza cualquier cálculo: las lluvias recurrentes. Cada período de precipitaciones deja a su paso criaderos nuevos —tachos, recipientes, canaletas, huecos— que en temporadas secas no existirían. Su observación sobre barrios como Olivos, donde ya se registran adultos, larvas y pupas, muestra que la actividad del insecto avanza a la par de los cambios del clima urbano.
El marco regional tampoco aporta tranquilidad. En lo que va del año, América notificó casi cuatro millones de casos sospechosos, con una disminución significativa respecto de 2024 pero con la circulación simultánea de los cuatro serotipos del virus en varios países. Esto último es especialmente relevante: cuando coexisten múltiples serotipos, aumenta la probabilidad de formas graves de la enfermedad y de segundas infecciones más riesgosas.
La experiencia reciente del país muestra lo difícil que es anticipar el comportamiento del dengue. En palabras de Orduna, los años donde se espera una temporada compleja pueden terminar siendo moderados, mientras que períodos aparentemente tranquilos, como 2023, pueden convertirse en los peores registros históricos, como ocurrió en 2024 con 600.000 casos.
Ante este panorama de incertidumbre, los especialistas coinciden en un punto: la prevención no puede relajarse. El descacharrado, el uso de repelente, el desmalezado y la vigilancia permanente siguen siendo las primeras barreras para frenar la reproducción del mosquito. A esto se suma la vacunación, una herramienta que, según Orduna, debe entenderse como una inversión en salud más que un gasto, aunque reconoce que las desigualdades económicas pueden limitar el acceso.
En la provincia de Buenos Aires, una de las más afectadas en temporadas anteriores, existe un programa de inmunización gratuita para jóvenes y adultos entre 15 y 59 años que se registren en “Mi salud digital Bonaerense”. Este tipo de políticas funcionan como un refuerzo necesario para sostener la protección colectiva antes de que el virus logre instalarse.
Frente a un escenario que combina incertidumbre climática, circulación regional activa y un mosquito que encuentra su lugar en prácticamente todo el territorio, la llegada anticipada de los primeros casos funciona como un llamado de atención. El desafío no es solo evitar que el dengue se expanda, sino mantener la conciencia social activa en un ciclo que se repite año tras año y que exige, de manera invariable, la misma respuesta: preparación, prevención y política sanitaria sostenida.