En un club convulsionado por elecciones, deudas y urgencias deportivas, el presente de Gimnasia parece un espejismo construido a contramano de la lógica. Hace apenas semanas, el clima era de puro cálculo, miedo y preocupación por el descenso. Hoy, el Lobo juega con una soltura que recuerda a esos equipos que se permiten soñar porque ya tocaron fondo. En ese cambio de atmósfera hay un nombre propio que emerge por encima del resto: Fernando “Lucho” Zaniratto.
El entrenador, formado en la reserva y siempre identificado por su perfil bajo, tomó el mando en un contexto que invitaba a renunciar antes de empezar. Su segundo interinato arrancó perdiendo el clásico, con un club en cesación de pagos y con un plantel emocionalmente golpeado. Sin embargo, su respuesta no fue el repliegue sino la valentía.
La revolución comenzó puertas adentro. Zaniratto entendió que para sanar al equipo necesitaba sacudir estructuras. Su decisión más ruidosa fue quitarle la cinta de capitán a Gastón Susso, símbolo del plantel, para dársela al arquero Nelson Insfrán, una jugada arriesgada en cualquier vestuario. El lugar de Susso lo ocupó Enzo Martínez, cuyo rendimiento justificó plenamente el movimiento.
A eso le sumó determinación pura: el debut de Nicolás Barros Schelotto en un clásico, la separación del plantel de Garayalde, Seoane, Pérez y Lomónaco, y la consolidación de una idea de rapidez y vértigo que potenciara a Piedrahita, Merlo y Marcelo Torres, este último convertido en un arma letal con siete goles.
La reacción deportiva fue inmediata: tres triunfos consecutivos, ningún gol en contra, y sobre todo, una identidad reconocible. Gimnasia dejó de jugar para sobrevivir y empezó a competir para disfrutar. Y en esa transición, el pueblo tripero encontró una ilusión inesperada.
Mientras tanto, el club se prepara para elegir un nuevo presidente el 29 de noviembre, en medio de un escenario económico crítico. Muchos candidatos ya tienen entrenadores en carpeta, pero la pregunta empezó a circular sola: ¿cómo justificar la salida de un técnico que transformó un equipo hundido en una versión competitiva y animada?
La proyección hacia 2026 ya no es un ejercicio de especulación deportiva, sino un debate político. Zaniratto no es simplemente un buen interino: es, quizás, el primer entrenador en mucho tiempo que logra que Gimnasia piense más en el proyecto que en la urgencia. Y eso, en el Bosque, es casi una revolución cultural.