En el fútbol argentino hay momentos en los que los resultados dejan de ser simples números y se transforman en señales. Gimnasia atraviesa uno de esos pasajes. Desde que Fernando Zaniratto asumió como interino, el plantel no solo encontró victorias: encontró un modo de sentirlas. El 2-1 ante Unión volvió a exponer esa mezcla de resiliencia, convicción táctica y una dosis inevitable de sufrimiento, elementos que hoy explican un presente que hace semanas parecía lejano.
El triunfo en Santa Fe dejó al descubierto un rasgo clave del ciclo: la capacidad de ajustarse al contexto, incluso cuando el desarrollo obliga a retroceder. El equipo cedió la iniciativa, no logró sostener la posesión y tuvo que defender más de lo deseado. Lejos de ocultarlo, el propio Zaniratto lo asumió con naturalidad. Su enfoque no pasa por negar las dificultades, sino por capitalizarlas. “Hay que saber sufrir” no es solo una frase, sino una declaración de principios que ordena su interinato.
La postura del complemento fue un efecto directo del empuje rival. El repliegue no surgió de un plan inicial, sino de la necesidad de sostener una ventaja que, en este momento de la competencia, vale oro. Guste o no, Gimnasia encontró un camino en la solidaridad defensiva, en un grupo que entiende que cada partido demanda un nivel de concentración que desgasta, pero que también fortalece.
En ese territorio de intensidad y nervio, el Lobo descubrió una de sus virtudes más inesperadas: la convicción para competir aun en el desorden. No se trata de un equipo que domina, sino de uno que resiste sin perder de vista su objetivo. Zaniratto lo refuerza cada vez que analiza el rendimiento: hay aspectos por pulir, hay posesión que falta, hay transiciones mejorables, pero también hay una entrega que, según él mismo reconoce, “lo deja satisfecho”.
La serie de cuatro victorias consecutivas es más que una racha. Es una respuesta emocional de un plantel que venía golpeado por la lucha por la permanencia y que ahora, de golpe, se encuentra disputando un lugar entre los mejores del Clausura. Ese contraste no es menor: lo que parecía un cierre de año de supervivencia se transformó en un escenario de expectativas.
El próximo desafío será Barracas Central, un rival rodeado de ruido externo y lecturas ajenas al juego. Zaniratto eligió desactivar ese foco: su apuesta es reducir el partido a lo estrictamente futbolístico, convencido de que cualquier distracción puede erosionar la energía que hoy sostiene el envión del equipo. En ese gesto también hay liderazgo: poner límites, ordenar prioridades y responder desde el césped.
Gimnasia llega con confianza, pero también con una identidad construida en el sacrificio. Sabe que no seduce por estética, sino por convicción. Y en un fútbol muchas veces gobernado por la ansiedad, el Lobo encontró una fórmula simple: competir con todo, incluso cuando el reloj aprieta y las piernas pesan.
Quizás ahí esté la explicación de esta metamorfosis. No es solo fútbol: es carácter. Y cuando el carácter cambia, los destinos se mueven.