Juan Sebastián Verón decidió hablar. Y cuando la Bruja habla, el ecosistema del fútbol argentino se sacude. Esta vez no se trató de un comentario diplomático ni de un análisis táctico; se trató de una denuncia explícita sobre la forma en que se está conduciendo el deporte más importante del país.
En un escenario donde la AFA acumula poder mientras crecen las sospechas sobre su método, la voz de Verón irrumpe con un peso que pocos dirigentes poseen: trayectoria internacional, formación, visión empresarial y, sobre todo, independencia política.
El presidente de Estudiantes describió sin rodeos un clima que los hinchas perciben, que los dirigentes murmuran y que la conducción de la AFA suele desestimar: la sensación de que el poder está dispuesto a disciplinar, señalar y castigar a quien cuestione su autoridad. Su advertencia sobre “malos arbitrajes” o incluso un “posible descenso” como consecuencia de represalias no fue un exabrupto; fue un diagnóstico. Y uno que merece ser escuchado.
Desde hace tiempo, diversas instituciones han expresado su incomodidad con la verticalidad de la gestión de Claudio “Chiqui” Tapia y la influencia cada vez más marcada de Pablo Toviggino, un dirigente cuya presencia en redes sociales suele reemplazar a la argumentación por la chicana. Verón eligió no rebajarse a ese terreno, dejando en evidencia una diferencia fundamental: mientras la AFA se mueve con códigos de tribuna, Estudiantes reclama reglas de profesionalismo.
Su postura es clara: los campeonatos deben mejorar, la economía del fútbol debe ser más transparente y los clubes deben competir sin condicionamientos externos. Puede parecer obvio, pero en un sistema que naturalizó la discrecionalidad, lo obvio se vuelve revolucionario.
La gravedad no está en el pasillo de espaldas; está en el mensaje que vino después, ese que insinuó que el Pincha “la iba a pasar mal”. Verón respondió a esa insinuación con un concepto simple y contundente: cuando la advertencia viene del poder, deja de ser chicana y se convierte en amenaza.
La sanción que recibió —seis meses de suspensión— parece menos una medida disciplinaria y más un acto ejemplificador. No sorprende: cada vez que un club plantea objeciones estructurales, la respuesta desde la AFA oscila entre el castigo y la descalificación. Esto no es nuevo. Desde arbitrajes polémicos hasta decisiones reglamentarias improvisadas, la conducción de Tapia ha consolidado un sistema donde la institucionalidad queda subordinada a la conveniencia coyuntural.
En contraste, Verón volvió a demostrar que no busca cargos, sino cambios. Su negativa a dirigir la AFA, repetida en más de una ocasión, no hace más que reforzar su autoridad moral para cuestionarla. Mientras otros dirigentes negocian posiciones, él insiste en hablar de calidad de torneos, inversión, infraestructura y desarrollo. En un país donde el fútbol suele ser rehén de la política, que un dirigente de su peso proponga profesionalismo genuino es casi una anomalía.
El conflicto con Toviggino —más simbólico que personal— representa dos modelos en pugna: el de la dirigencia que gestiona desde Twitter y el de quienes exigen que las instituciones vuelvan a ser eso: instituciones. No es solo Estudiantes el que está en juego; es la salud democrática del fútbol argentino.
La historia dice que cada vez que alguien se anima a desafiar al poder central, la respuesta llega. La pregunta es si esta vez la respuesta vendrá en forma de castigo o de reflexión. Por lo pronto, Verón eligió hablar. Y cuando un dirigente con su trayectoria, su formación y su sentido de pertenencia enciende la alarma, es hora de escuchar.