El peronismo vive uno de sus momentos más desafiantes desde el retorno de la democracia. La construcción de una nueva conducción choca con viejas estructuras, arrastres electorales y tensiones acumuladas que emergen sin filtro en el Congreso y en las provincias.
El bloque de Fuerza Patria es el escenario donde se refleja el conflicto más visible. Al interior del espacio conviven dos pulsos: quienes apuestan por sostener una unidad frágil y quienes exigen cambios profundos en la dirección política. La conducción nacional, debilitada y sin figuras claras de consenso, enfrenta el dilema del reordenamiento.
La figura de Cristina Kirchner sigue gravitando, pero ya no sin resistencias. Su influencia histórica convive con cuestionamientos crecientes y con la sensación de que comienza un ciclo donde la ex presidenta pierde su centralidad. Gobernadores, intendentes y sectores legislativos impulsan otro rumbo.
El vínculo entre La Cámpora y el gobernador Axel Kicillof agrega más incertidumbre. Los alineamientos cambiantes, los gestos públicos y las acusaciones cruzadas exponen un juego táctico sin acuerdos estables. En el entorno del mandatario bonaerense creen que lo están condicionando en plena disputa parlamentaria.
En paralelo, los jefes provinciales buscan ganar espacio en las decisiones partidarias. Consideran que llegó la hora de que la agenda se federalice y que la renovación incluya nombres y estilos distintos en los bloques legislativos y en la conducción formal del movimiento.
La crisis en la Legislatura bonaerense y la caída de acuerdos clave aceleraron el debate. Nadie plantea una ruptura, pero todos admiten que la confianza interna está en su punto más bajo y que el peronismo está obligado a resolver su interna para evitar un costo mayor.
Lo cierto es que el escenario de fragmentación ya no es hipótesis: es riesgo real. El peronismo enfrenta un tramo decisivo donde se juega la reconstrucción del espacio o su mayor debilitamiento frente al gobierno nacional.