Cada diciembre, La Plata se transforma en un gran taller colectivo. Barrios enteros, grupos de jóvenes y familias enteras dan forma a enormes figuras que no solo encarnan creatividad sino también identidad. Este año, la ceremonia ya tiene su punto de partida: la Municipalidad habilitó la inscripción para quienes deseen participar de la tradicional quema de muñecos de fin de año, un ritual que combina espectáculo, pertenencia y organización comunitaria.
El proceso no es un simple trámite administrativo. Para ser parte, los creadores deben presentar un formulario digital antes del 19 de diciembre en el que consignen el DNI del responsable, un boceto del momo, su nombre de fantasía, ubicación y contacto. La burocracia se convierte así en hoja de ruta para garantizar que lo que arde al final del año no sea sinónimo de descontrol, sino de ritual socialmente cuidado.
Pero el registro es apenas el primer paso. El lunes 22 de diciembre, responsables y equipos deberán asistir a una instancia formativa con Bomberos y autoridades municipales, donde se trabajará sobre medidas de prevención, respuesta y montaje seguro. La tradición popular se profesionaliza: lo festivo convive con la técnica, y se busca que la celebración no ponga en riesgo a las personas ni al patrimonio urbano.
La ciudad fijó reglas estrictas: los muñecos no podrán superar los seis metros de altura ni los tres de base, y deberán colocarse respetando un perímetro de seguridad equivalente a tres veces su tamaño. Además, queda prohibida su instalación en zonas sensibles: bajo tendidos eléctricos, junto a estaciones de servicio, sobre cañerías o cerca de árboles y bocas de gas. La creatividad tiene límites marcados por el sentido común.
Control Urbano será el árbitro de esa legitimidad. Solo tras inspecciones y verificaciones otorgará el permiso final el 30 de diciembre. Es recién en ese punto cuando la fiesta recibe su aval oficial. La responsabilidad no termina con el fuego: los creadores deberán limpiar los espacios públicos entre las 3 y las 6 de la mañana del 1° de enero, recordando que la tradición también implica devolver la ciudad a quienes la habitan.
Así, entre papeles, cursos, evaluaciones y planificación, el acto de encender un muñeco se vuelve espejo de la ciudad que aspira a ser: creativa, ritual, pero consciente del impacto que genera. El fuego no solo destruye lo viejo: ilumina lo que se construye colectivamente.