Por: Jonatan Anaquin
A veces el básquet ilumina metáforas de carácter: jugar bajo presión, decidir con frialdad y aceptar que la ansiedad es parte del espectáculo. En una noche cargada de tensión emocional, Atenas venció 71-63 a Estudiantes y se adueñó del Clausura platense, transformando un partido caliente en un examen de personalidad.
La final tuvo fases reconocibles: un inicio equilibrado, con más disciplina táctica de Atenas, y un Estudiantes que, pese a intentarlo con arrestos individuales, parecía chocar con sus propias imprecisiones. El Griego ofrecía algo que su rival no lograba sostener: mejor imagen colectiva y control emocional.
El tercer cuarto reveló la grieta psicológica. El Pincha se mostró demasiado irritado con los fallos arbitrales, perdió foco defensivo y sumó faltas técnicas que lo hundieron en su propio desconcierto. Del otro lado, Atenas entendió que era esa clase de partido donde ganar significaba pensar más que correr. Atademo y los hermanos Amman asumieron liderazgo, ordenaron el ritmo y empujaron a su equipo hacia el título.
Estudiantes reaccionó tarde pero con orgullo. Desde estar 16 puntos abajo, logró achicar hasta quedar a cuatro y forzó un cierre vibrante. Sin embargo, el visitante tuvo algo que marca la diferencia entre campeón y aspirante: eficacia desde tres puntos y temple para sostener su plan. El Griego resistió y cerró el partido con autoridad.
La noche dejó una postal adicional: otro gran marco de público, tanto que el comienzo se retrasó por el ingreso masivo. Y también dejó un epílogo inevitable: el nuevo campeón deberá medirse con Reconquista, ganador del Apertura, para definir al mejor del año. Pero esa es otra batalla; la que se libró aquí mostró que la paciencia, la lectura del juego y el oportunismo también ganan títulos.