A ochenta años de la boda entre Eva Duarte y Juan Domingo Perón, la historia vuelve a mostrarse menos como un recuerdo romántico y más como un espejo político. Porque aquel 10 de diciembre de 1945 —cuando finalmente dieron el “sí” en la iglesia de San Francisco de Asís, en La Plata— ya nada era estrictamente privado para esa pareja que, sin pretenderlo, estaba fundando un mito.
Perón y Evita se habían conocido a principios de 1944, y entre octubre y diciembre del año siguiente sellarían por civil y por iglesia una relación que transcurría a contrarreloj, entre presiones militares, tensiones internas del gobierno y una opinión pública que, incluso sin redes sociales ni cámaras omnipresentes, lograba enterarse de todo.
Cuando el 29 de noviembre se acercaron a la iglesia platense para casarse y vieron la vereda repleta de curiosos, Perón frenó de golpe la historia con una frase seca: “Yo así no me caso”. El dato, que debía ser secreto, había volado. Y el auto siguió de largo.
Pero esa escena no puede leerse sin el contexto que la rodeaba. En los primeros días de octubre, Perón había renunciado a sus cargos. Había escapado con Evita al Delta para tomar aire, y al regresar fue detenido y llevado a la Isla Martín García. Luego, al Hospital Militar Central. Y, finalmente, a la Plaza de Mayo del 17 de octubre, donde cientos de miles de trabajadores reclamaron por él, dándole forma al fenómeno político que marcaría el siglo. Todo eso ocurrió antes de que la pareja pudiera siquiera organizar un casamiento tranquilo.
Las cartas que Perón escribió desde su detención muestran a un hombre dividido entre el amor íntimo y la estrategia política. “Hoy le he escrito a Farrell pidiéndole que me acelere el retiro, en cuanto salga nos casamos y nos iremos a cualquier parte a vivir tranquilos”, le aseguró a Evita el 14 de octubre.
En otra misiva, le pidió que hablara con Mercante para que intercediera ante el presidente: quería tranquilidad, pensaba incluso en irse juntos al Chubut. Pero también estaba el Perón estratega, el que midió el clima, presionó, buscó mover fichas para arrinconar al gobierno. Lo personal se mezclaba con lo político sin fronteras claras.
Evita tampoco vivía tiempos sencillos. A ella le habían cortado contratos artísticos. Los militares rechazaban que su camarada Perón conviviera con una actriz: lo consideraban un daño al prestigio castrense. “¿Y qué quieren, que me enrede con un actor?”, contestó él.
Pero anotó la queja. A sus 50 años recién cumplidos, Perón cargaba también con la memoria de su primera esposa, Aurelia “Potota” Tizón —maestra, concertista de piano—, fallecida en 1938 por un cáncer de útero. Tras enviudar había sido destinado a Europa, donde mantuvo un romance con Giuliana dei Fiori, veinte años menor, una mujer cuya huella emocional lo seguiría acompañando durante décadas.
La historia de Eva, por su parte, traía sus propias sombras. Nacida en Los Toldos el 7 de mayo de 1919, hija natural de Juana Ibarguren y Juan Duarte, había crecido entre Junín y Buenos Aires, con su madre cosiendo para afuera y con hermanos que se repartían la supervivencia. Tras la muerte de Duarte —que tenía otra familia en Chivilcoy—, el desamparo llevó a mudanzas, trabajos precarios y finalmente a ese viaje a los quince años para convertirse en actriz.
Ese origen social no sólo marcó su carácter: sería motivo de disputa documental. Tras el 17 de octubre, la hoja del acta donde constaba su nacimiento bajo el apellido Ibarguren fue arrancada por manos anónimas. En la partida presentada para casarse, figuraba como Eva María, nacida en Junín en 1922, y con el agregado del apellido Duarte. Los papeles fueron reescritos a la medida de una nueva identidad.
La confusión también marcó el casamiento civil del 22 de octubre. Algunas versiones lo sitúan en el Registro Civil de Junín; otras, en la casa de la novia, en Arias 171; otras en la Escribanía Ordiales, enfrente del domicilio; y el historiador. Joseph Page afirma que fue en el departamento de Posadas 1567, 4° B, en Buenos Aires.
Lo único certero es que Domingo Mercante y Juan Ramón Duarte oficiaron como testigos, que Perón vistió traje gris y ella uno color marfil, y que Hernán Antonio Ordiales firmó el acta. Más que una ceremonia, fue una operación discreta en medio del caos.
Tras el fallido intento del 29 de noviembre, la pareja fijó nueva fecha: 10 de diciembre, nuevamente en la iglesia de San Francisco de Asís. El templo, construido desde 1885, reformado tras el incendio de 1902 y con una torre finalizada en 1945 gracias a gestiones del padre Pedro Errecart —amigo de Perón—, tenía además un significado afectivo para Eva, devota de los franciscanos.
Allí entraron por la puerta trasera para evitar otra multitud. Los padrinos fueron Mercante y la madre de ella, Juana Ibarguren. Fray Francisco Sciammarella ofició la ceremonia; ambos se confesaron con sacerdotes distintos. Y todo quedó registrado en el folio 297 del libro parroquial. Perón obsequió a su esposa un collar de oro con un broche con forma de flor.
Con el tiempo, la iglesia sería declarada monumento histórico provincial en 1975 y nacional en 2011. Para muchos simpatizantes peronistas, el lugar se transformaría en destino simbólico para casarse, como un acto de homenaje político, casi litúrgico.
Tras la boda, la pareja se retiró unos días a la quinta de San Vicente. Pero Perón no descansó demasiado. Apenas regresó, convocó a una concentración en la Plaza de la República para el 14 de diciembre, en respuesta al acto opositor de la Unión Democrática del 8. La campaña ya había comenzado. El coronel recién casado no estaba pensando en una luna de miel eterna, sino en un país que estaba a punto de elegirlo presidente.
A 80 años de aquel casamiento, lo que persiste no es sólo la anécdota, sino la evidencia de que, para figuras destinadas a marcar la historia, hasta el amor queda atrapado en la esfera pública. Aquella boda, con filtraciones, documentos arrancados, presiones militares y una iglesia tomada por sorpresa, fue mucho más que un ritual íntimo: fue el preludio emocional de un proyecto político que todavía influye en la Argentina contemporánea.