El pitazo final desató algo más que un festejo deportivo. En el estadio Madre de Ciudades, Sebastián Verón vivió una secuencia poco habitual para un presidente de club: sin traje institucional y con la sanción de la AFA como telón de fondo, celebró el título de Estudiantes de La Plata con una intensidad que rompió cualquier formalidad.
Impedido de ocupar un lugar protocolar, la Bruja siguió el partido desde la tribuna, mezclado entre los hinchas. Gritó, saltó y sufrió cada ejecución hasta que el penal fallado de Racing decretó la consagración. Ahí, el desahogo fue total: abrazos, lágrimas y una ovación que bajó desde las gradas como respaldo explícito en su disputa abierta con la conducción del fútbol argentino.
La escena tuvo un alto contenido simbólico. En una provincia donde el peso dirigencial de Pablo Toviggino es determinante, Verón dio la vuelta olímpica emocional en uno de los territorios más incómodos para su figura, reforzando su postura en el duelo político que mantiene con Claudio Tapia, presidente de la AFA.
El momento cúlmine llegó cuando los jugadores se acercaron a la platea para alcanzarle la Copa. Fue un gesto directo, sin intermediarios. Minutos después, Verón bajó al campo de juego y se fundió en un abrazo con el entrenador Eduardo Domínguez, dejando de lado la distancia pública que los caracterizó en distintos tramos del ciclo. La imagen recorrió el estadio y encendió a la multitud.

Desde las tribunas, el mensaje fue claro y ensordecedor: “Ohhh no soy cheto nunca, soy soldado de la Bruja”, cantaron los hinchas, tomando posición en un conflicto que ya excede lo deportivo y se proyecta al plano político del fútbol argentino.
“Fue una linda experiencia, algo distinto”, resumió Verón ya dentro del campo, todavía con la adrenalina intacta. Una frase breve para una noche intensa, en la que el presidente dejó de ser dirigente por un rato y volvió a ser, como siempre quiso mostrarse, uno más entre los suyos.