La reciente arremetida de Jorge Capitanich contra la reforma laboral del Gobierno Nacional ha generado un efecto bumerán que el exgobernador, quizás en su afán de instalación nacional, no previó. Mientras el actual senador (con fueros) despliega un arsenal de tecnicismos para calificar la reforma del libertario Javier Milei como «regresiva» y «precarizadora», la respuesta ciudadana en las plataformas digitales —con más de 1.200 comentarios en apenas horas— no se centró en el debate de los artículos de la ley, sino en la impugnación total de su autoridad moral.
La estrategia del peronista de utilizar su banca para confrontar el modelo de Javier Milei choca de frente con una pared de realidad: el recuerdo fresco de su gestión en Chaco. Para el ciudadano de a pie, el tecnicismo económico del senador se diluye ante el peso de los nombres propios: Sena, Cecilia, piqueteros y empleo público.
Al analizar minuciosamente el sentimiento de los usuarios, se desprenden tres ejes fundamentales que explican por qué la estrategia de «resistencia» del exgobernador parece estar naciendo muerta:
La gran mayoría de los comentarios no defienden la reforma laboral de Milei por sus virtudes intrínsecas, sino que la validan por oposición. Existe una lógica binaria en el electorado: «Si Capitanich dice que es malo, entonces debe ser bueno». La gente no está leyendo el boletín oficial; está evaluando al mensajero. El desprecio hacia su figura es tan absoluto que cualquier crítica que él emita termina fortaleciendo el proyecto que intenta destruir.
El punto más crítico de los comentarios es la contradicción percibida entre el discurso de «empleo genuino» de Capitanich y su historial de gestión. Los ciudadanos le facturan:
Es imposible soslayar que la figura de Capitanich está indisolublemente ligada al caso de Cecilia Strzyzowski y su relación con el Clan Sena. Este tema actúa como un «tapón» comunicacional: no importa qué tan sólida sea su argumentación sobre el Fondo de Despido (FAL) o las paritarias, el ciudadano le responde con el pedido de justicia por Cecilia. Para la opinión pública, Capitanich ha perdido el derecho a hablar de «derechos».
El análisis de los comentarios sugiere que la sociedad no está en una etapa de debate doctrinario sobre leyes laborales, sino en una etapa de ajuste de cuentas simbólico. La reforma laboral, con todos sus riesgos y beneficios, es vista por una parte importante de la sociedad como una herramienta para terminar con el «modelo de punteros y piqueteros» que Capitanich representa en el imaginario colectivo.
Querer instalarse como candidato presidencial desde la crítica técnica parece una quimera cuando el electorado aún le reclama por las «canillas sin agua» y la complicidad política con el clientelismo violento. Capitanich no está discutiendo con el Gobierno; está discutiendo con su propio legado, y por ahora, va perdiendo por goleada en el tribunal de la opinión pública.
(comentarios sobre su gestión y el «empleo» en Chaco)
(El «Efecto Clan Sena» y Cecilia -el punto más oscuro-)
( Lo bizarro y las comparaciones insólitas)
(Sobre los «Piqueteros» y el control social)
Lo llamativo de estos mensajes es que anulan el debate técnico. Mientras Capitanich habla de «negociación colectiva» y «principios de norma favorable», la gente le responde con «chanchos», «canillas» y «ñoquis».
Hay un nivel de hartazgo estético; no solo no le creen lo que dice, sino que les molesta que lo diga. La desconexión es total: él habla para el Senado y la academia; el pueblo le contesta desde el barro de la realidad chaqueña.