Por Gus Reimon

Se cumplen 21 años de la tragedia de Cromañón y todavía cuesta aceptar que en la Argentina 194 pibes y pibas murieron porque nadie controló, nadie cuidó y muchos miraron para otro lado. No fue un accidente. No fue mala suerte. Fue una cadena de decisiones políticas, empresariales y judiciales que convirtieron un recital en una trampa mortal.

Cromañón expuso con brutalidad un sistema podrido: habilitaciones truchas, corrupción estructural, ausencia de controles y un Estado más preocupado por recaudar que por proteger vidas. Las puertas cerradas, los materiales inflamables y la sobreventa no fueron errores aislados: fueron síntomas de un modelo donde la seguridad era un trámite y la vida, un costo colateral.

Pero lo más grave vino después. Porque además del fuego, hubo abandono. Abandono a los sobrevivientes, criminalizados y olvidados. Abandono a las familias, obligadas a transformarse en militantes de la memoria para que la historia no fuera tapada bajo el polvo de la impunidad.

En ese marco, el Movimiento Cromañón, integrado por familiares y sobrevivientes del recital de Callejeros, confirmó una jornada de memoria y homenaje que vuelve a ocupar el espacio público como forma de resistencia.

A las 18 horas se celebrará una misa en la Catedral Metropolitana. Luego, a las 19:30, comenzará una marcha desde Plaza de Mayo hacia el Santuario de Cromañón, ubicado en las inmediaciones de la estación Once de Septiembre y Plaza Miserere. Allí, a las 20:30, se realizará un acto central en homenaje a las víctimas.

La jornada también tendrá un fuerte componente cultural. Habrá música en vivo con las presentaciones de Sebas Fernández, Ferni y el grupo "Vamos Negrita", en la esquina de Mitre y Ecuador. En paralelo, la organización No nos cuenten Cromañón anunció la participación de otros artistas en actividades que se desarrollarán en el estadio Malvinas Argentinas, en el barrio porteño de La Paternal.

Veintiún años después, Cromañón sigue siendo una advertencia incómoda. Cada vez que el Estado se retira, cada vez que se recorta en controles, cada vez que se habla de “achicar” sin medir consecuencias, la tragedia vuelve a asomar. Cambian los gobiernos, cambian los discursos, pero el riesgo persiste cuando se naturaliza la desidia.

Recordar Cromañón no es un gesto nostálgico ni un ritual vacío. Es un acto político. Es decir que la vida no puede ser negociable, que la cultura no puede funcionar en la precariedad y que la juventud no puede pagar con su cuerpo los pactos entre el poder y el negocio.

A 21 años, la memoria sigue siendo una forma de justicia.
Y la justicia, cuando no llega, se convierte en una deuda que el Estado todavía no saldó.