Un nuevo 8 de marzo. Esta vez salimos a las calles con un pañuelo un tanto significativo porque desde diciembre el aborto es legal. Esa batalla está ganada, pero sabemos que todavía falta
p>Algunxs creerían que ahí termina la cosa. -Las locas de los pañuelos verdes se tienen que quedar en casa-, y bueno, no. Porque estas locas de los pañuelos que reivindican luchas día a día y que conquistan derechos, siempre van por más.Y cómo no hacerlo, si en la tele hay una cara nueva todos los días. Una muerta más, una mujer menos.
“La enterró el novio”. “La estranguló porque no quiso tener sexo”. “La violaron en manada”. Datos escalofriantes, historias que parecen lejanas para algunos y tan vívidas para otras.
Menores que son acosadas en todas partes del mundo, obligadas a hacer lo que no quieren. Mujeres que no pueden salir de una relación violenta. Chicas a quienes no les dejan vivir como quieren. Algunas, ni siquiera tienen la posibilidad de vivir.
El 8M no sirve para regalar cosas o entregar promociones de maquillajes. El 8M es, para muchas, las ganas de salir a la calle a gritar por las que ya no pueden hacerlo; la caminata acelerada que persigue al violento que le pegó a una amiga; el llanto por las mujeres que alguna vez fueron risas.
El 8M no es ni más ni menos que la representación de la unión entre nosotras, las pibas, las locas, las mujeres, que sólo pedimos un mundo más justo. Aunque parezca mentira que todavía hay que exigir poder seguir vivas o no ser manoseadas en plena vía pública, o en la propia casa, tal parece que la batalla sigue.
Para las que conquistamos derechos, para las que luchamos, para las que podemos, porque todavía tenemos voz.
8M, no hay nada que festejar.