El piso del camarote del Arctic Sunrise vibra, como si por abajo pasara el subte. Es el motor del barco de Greenpeace que avanza sin prisa pero sin pausa. A la vibración se suma el movimiento, que depende del flujo de la marea. A veces es sutil, como si el agua acunara el barco dibujando un “ocho”. Otras veces es más marcado. Una especie de “sube y baja” en cámara lenta, que deja a casi toda la tripulación (entre ellos los dos enviados de Infobae) tumbados.
p>Lo advirtieron: por la forma en que se mueve, al Arctic Sunrise lo llaman “la lavadora”. El movimiento, según explicó el capitán del buque Daniel Rizzotti (56), se debe a la forma del casco. “Al ser un rompehielos, no tiene quilla (pieza que va de popa a proa por la parte inferior del barco y en la que se asienta toda su armazón), entonces el barco rola mucho y eso puede generar un poco de disconfort”.
Además de tomar el famoso “dramamine”, la mejor receta para pasar el mareo, aseguran acá, es acostarse. Quien escribe esta crónica lo intentó, pero después de unos minutos hubo que correr en busca de un balde y dejarlo a los pies de la litera del camarote. Mejor prevenir que curar.
Embarcamos el viernes 1 de abril en Puerto Madryn, pero recién zarpamos dos días más tarde. “Uno propone y el mar dispone”, es la frase que todos repiten. El objetivo del viaje es acompañar a Greenpeace en su travesía rumbo al “Agujero azul” -una zona que está casi dentro del Mar Argentino, apenas cruzando la barrera de la Zona Económica Exclusiva (ZEE)- para concientizar acerca de las prácticas destructivas de la pesca ilegal y solicitar la inmediata adopción de regulaciones en esta región, cuyos límites (veremos) son fácilmente vulnerados.
Según la Ley de Espacios Marítimos, la ZEE de la Argentina se extiende más allá del límite exterior del mar territorial, hasta una distancia de 200 millas marinas a partir de las líneas de base. Fuera de las 200 millas de la ZEE, sin embargo, la plataforma continental continúa en una superficie de unos 30.000 km2 (el tamaño de Bélgica) con profundidades aptas para, por ejemplo, la pesca de arrastre de fondo. Entonces, ¿Quién regula a los barcos extranjeros que se encuentran de la milla 201 en adelante? Nadie. Muchos operan al límite saqueando el océano y, legalmente, no hay forma de detenerlos. Por eso, Greenpeace llama a esa zona el “wild west” (lejano oeste) del océano.
El martes 5 de abril, mientras abandonábamos la ZEE e ingresábamos al “Agujero Azul”, nos cruzamos con un “barco freezer”, es decir, una embarcación, que cumple la función de frigorífico para los pesqueros. Según pudo saber Infobae, este barco de bandera panameña y de un tamaño realmente monstruoso (de 143 metros de largo y 22 metros de ancho) puede cargar hasta 10 mil toneladas de pescado congelado.
La información de su presencia en el Atlántico sur nos la indicó el radar ese mismo día a la mañana. Si todo salía bien, debíamos encontrarlo por la tarde. En efecto: fue hallado en pleno trasbordo. Es decir, en el momento exacto en el que un pesquero realizaba la descarga hacia ese buque.
El trasbordo ocurrió en el “Agujero Azul”, fuera de la zona económica exclusiva argentina, pero sobre la plataforma extendida de jurisdicción nacional, a 400 kilómetros al sudeste de la Península Valdés. Y entonces, comenzó la acción.
Por una cuestión de capacidad en los gomones, el equipo de Infobae tuvo que dividirse para realizar la cobertura de esta actividad. Así que, mientras el fotógrafo Matías Arbotto descendió al agua junto con cuatro voluntarios y parte de la tripulación repartidos en tres gomones; esta cronista registró todo desde el puente de control del barco junto a Daniel Rizzotti, capitán del Arctic Sunrise y Adrián y Hanbum, primer y segundo oficial, respectivamente.
Una vez que los gomones estaban en el agua, por protocolo, se estableció comunicación con el buque de bandera panameña para avisarle acerca de la actividad. Después de cinco intentos y cero respuesta, los gomones finalmente arrancaron. “Deberían contestar por cortesía. Evidentemente no quieren hablar con nosotros”, dijo Rizzotti que, a pesar de la negativa, intentó comunicarse otras cinco veces más. Jamás acusaron recibo.
A la distancia, y vista a través de los binoculares, la secuencia de los gomones yendo al encuentro del “freezer” de 143 metros de largo y 22 metros de ancho, parecía la de una película de acción. Si bien fue un trabajo en equipo, los protagonistas de esta acción pacífica que se concretó en medio del Atlántico frente al congelador flotante fueron Ayelén Molaro (31) y Juan Francisco Barcia (30): ambos voluntarios de Greenpeace desde hace más de una década.
La primera en tirarse al agua fue Ayelén. Oriunda de Florencio Varela, cuando era más chica fue nadadora en aguas abiertas. Aunque hace tiempo que dejó el hábito, dice, todavía conserva el gusto por el nado.
Llevaba puesto, al igual que su compañero, un equipo de protección térmico e impermeable, un chaleco salvavidas, un casco blanco y aletas en los pies para estabilizarse. Todo ese equipo se lo había probado un día antes, cuando se realizó un simulacro de la acción para anticiparse a cualquier inconveniente.
Tras la indicación, Ayelén se deslizó hacia al agua. Una vez sumergida desenrolló un cartel que luego extendió con los dos brazos en alto. “Protegé el mar argentino”, decía en letra imprenta negra. A sus espaldas el frigorífico continuaba recibiendo la carga del buque.
Minutos después, Juan Francisco replicó la acción. Para ese momento, algunos de los tripulantes del pesquero salieron a la cubierta a ver qué sucedía. Desde el “barco freezer”, recién tomaron nota cuando los jóvenes estaban repitiendo la acción por segunda vez. En ese momento, un hombre se paró en la proa y comenzó a filmar con su teléfono.
Aunque insólita, la presencia del barco frigorífico técnicamente no es ilegal. Lo peor: este es un caso de cientos. Entre el 19 de diciembre de 2021 y el 19 de marzo de este año (temporada alta de pesca de calamar en el Atlántico sudoeste) la plataforma Global Fishing Watch documentó 258 encuentros entre buques que pueden corresponder a transbordos en alta mar en el “Agujero Azul”.
Según los expertos, esta modalidad, funciona como un engranaje fundamental en un sistema de explotación del océano. Por un lado, es una forma de ahorrar costos logísticos, ya que el buque pesquero no necesita desplazarse a puerto para descargar, maximizando los días útiles de actividad pesquera y reduciendo su consumo de combustible al no tener que cubrir las millas que lo separan del muelle.
Por otro lado, pone en evidencia que en la zona de alta mar del Mar Argentino no existe reglamentación alguna que dicte normas para transbordos en el mar entre los buques de la mayoría de las potencias pesqueras. Todo acontece en las sombras y fuera de la mirada de cualquier autoridad.
“La información limitada, la ausencia de regulaciones y la abundancia de trasbordos que se realizan en la zona, convierten al ‘Agujero Azul’ en un foco mundial de lo que llamamos ‘Pesca ilegal, no reportada y no regulada’, una de la principales amenazas que hoy acechan a los océanos”, dijo Luisina Vueso, coordinadora de la campaña de océanos de Greenpeace.
La navegación continúa porque a esta aventura aun le quedan varios días. De cara a los próximos meses, después de años de negociaciones, podría aprobarse el Tratado Global sobre los Océanos, crucial para detener la expansión de las actividades extractivas. Mientras tanto es urgente involucrarse. Los océanos juegan un papel clave en la vida del planeta, entre otras cosas, absorbiendo el 90% del exceso de calor del sistema climático. ¿Hasta cuándo vamos a seguir mirando para el costado? Fuente: infobae.com