Nota escrita para Primera Página por Romina, enfermera del Hospital de Niños de La Plata.
p>Hoy se celebra el Día Mundial de la Enfermería, celebración que por esta pandemia es más bien un velorio constante. Pandemia que llegó y sacó lo peor de muchos, le dio una cuota de poder a las personas equivocadas en muchos casos, se llevó a gente muy valiosa.También puso a los equipos de salud con la carga más pesado sobre sus hombros, la vida de la humanidad completa, demostrando que la camiseta de la sanidad se transpira más que la de un futbolista, que juega un solo tiempo.
Y ahí, ahí en ese contexto entra el enfermer@, una persona tristemente alegre, con una sonrisa franca y una mente abierta. Siempre dispuesto, siempre aprendiendo algo nuevo, una técnica, un concepto, el manejo de aparatologías.
Entre reglas de tres simple, comparaciones de la farmacodinámica, convirtiendo a mililitros los gammas por el peso, caminando los pasillos del hospital, un día cualquiera se encuentra con un compañero de la secundaria desesperado por un familiar internado, con un vecino, con un pariente lejano.
Así, su teléfono pasa a ser de total dominio público, recibe llamados a cualquier hora, pedidos de ayuda, que una vacuna, que una inyección, que una tomada de presión, una curación o alguna duda de un colega nuevito. En crecimiento constante, sostenido y financiado con su propio esfuerzo y dinero.
Horas interminables de insomnio, guardias y cursos en los días de franco. Como un libro abierto el enfermero, conoce patologías, reacciones adversas, y dolencias...
El dolor del paciente que recibe un tratamiento prolongado, un trasplante quizás y aun así no sobrevive. El dolor de una madre que hasta el último instante está pendiente de su hij@ que se deteriora dramáticamente. La mirada del que transita la injusticia y el estigma social postrado en una cama.
El horror de los ojitos de un paciente que soporta pinchazos, cirugías y estudios a diario. Se convierte en los ojos, oídos, las manos y los pies de un médico agotado, atento al monitor, la respiración y el latido de un corazón que luego de una intervención arranca de cero.
Ahí está todos los días, al amanecer, al anochecer, con su equipo de bolsillo y su uniforme gastado. Trabajando en dos o tres clínicas, hospitales, centros de salud. Esperando un reconocimiento que nunca llega, despidiendo amigos, compañeros de trabajo, de estudio, alumnos, familiares...
Nos robaron la dignidad, nos faltaron el respeto. Somos una de las profesiones más apasionantes y también una de las más socabadas. Pero aquí estamos, remándola en brea con cucharitas de café expresso, ante una sociedad enceguecida, y un estado que niega la realidad extrema en la que vivimos.
Y me pregunto, hasta cuándo? Cuántos muertos más vamos a enumerar? Cuánta desidia más vamos a dejar pasar?
No sé trata de vídeos con frases de sobrecito de azúcar; no se trata de bonos irrisorios a los que llaman “incentivo”. Se trata de que nos oigan. Se trata de que podamos decidir, opinar y reclamar sin que se nos juzgue o nos maltraten.
Somos personas que sienten, que sufren, que se enferman, que se mueren uno a uno, día por día. Como todos, también estamos asustados, tenemos miedo y le ponemos el cuerpo a la situación sin siquiera haberse vacunado, porque mucho menos de la mitad del personal de salud ha recibido la vacunación.
Porque en nuestro balance de prioridades está primero el prójimo aunque eso nos cueste salir de casa con ambo y regresar en una urna. Somos ciudadanos que velan por la vida de otros ciudadanos. Sin embargo, pertenecemos a una clase baja y olvidada que prácticamente vive en la indigencia.
Tuvo que llegar está pandemia para que se haga visible que somos esenciales, que somos necesarios y que lamentablemente no le importamos a nadie.
Me preguntó de nuevo: hasta cuándo colegas?
Está es una lucha que solo la podemos ganar unificados como equipo de salud y como sociedad toda.
Se nos hace imperioso dejar de ser esenciales para el pueblo e invisibles para el Estado.
Es necesario que esto cambie a lo que siempre fue, es y será: esenciales para todos en todo momento de la historia!
El silencio mata y la ausencia también.
Nota escrita para Primera Página por Romina, enfermera del Hospital de Niños de La Plata.