Flora Fasce murió en septiembre de 2016. No pudo contra un cáncer de pulmón, pese a haberle dado batalla a sus 76 años. Las décadas de tabaco tomaron su organismo y sabiendo que el final se acercaba, llamó a su hija Florencia, la miró los ojos y le habló con sinceridad.
“Cuando muera, quiero que mis cenizas estén en la escuela donde fui feliz. ¿Hay algo de tierra ahí?”, le preguntó directo a la maestra de sexto grado del doble turno. La Escuela Primaria N° 32 Ignacio Lucas Albarracín, de Temperley, ya no era aquella que le abrió las puertas en 1976, cuando tenía un fondo con tierra y algo de patio.
“Solo queda un cantero en la vereda y le van a cambiar el árbol, ¿eso está bien?”, le respondió Florencia pensando que la pregunta de su madre era un chiste. Pero, la idea le gustó a Flora:
¡Sí, está bien! ¡Dejá mis cenizas ahí y planten un árbol arriba para que después pueda darle sombra a las mamás mientras esperan a sus nenes
Así lo hicieron en 2016 y, como no podría ser de otra manera, la querida y recordada maestra tuvo un acto escolar que incluyó un poema, una canción y un video de su vida para acompañar la ceremonia familiar: movieron la tierra, dejaron sus cenizas en ella y plantaron un ficus. Hoy ofrece sombra y hojas verdes que sobreviven a los otoños, reciben caricias y palabras de quienes la conocieron y amaron.
Florencia, heredera de su vocación por enseñar, lo acaricia todos los días y dice que cuando una clase le sale muy bien, es porque “mamá estuvo conmigo en el aula”. “Mi tercer hijo nació el 8 de ese mes, unos días después, y yo estaba atravesando una semana muy difícil”, arranca a contar su historia. “La vida misma pasó en una semana: despedirla a ella, recibir a mi niño. Fue el ocaso y la aurora, como escribió papá”, el folklorista Omar Moreno Palacios.
Así la llamaban sus alumnos y aún la recuerdan quienes la tuvieron al frente del sexto y séptimo grado de la Escuela 32 y como directora suplente en la N° 2, entre 1996 y 2015, hasta que “la obligaron a jubilarse”, lamenta Florencia Moreno Fasce (45), docente hace 22 años, que trabaja desde hace 12 en la escuela que su mamá más amó.
Flora Fasce había nacido en Capital Federal el 9 de noviembre de 1939. Siempre le gustó enseñar, estar entre chicos y con gusto pasaba noches enteras corrigiendo pruebas y tareas o madrugaba preparando las clases de la semana. Así lo hizo durante 44 años.
También disfrutaba recibir la visita de sus alumnos y prepararles la merienda. Mezclando los roles, a veces retaba a sus hijos y los mandaba a pensar al patio, y cuando lo hacía con sus alumnos les pedía que fueran a dormir. “Después de jugar toda la tarde en casa, papá los subía a todos a su camioneta y los repartía”, dice con gracia y cuenta que además, entre 1990 y 1996, Flora organizó los viajes de egresados “por fuera de la escuela”: “Muchos chicos del barrio La Pérgola conocieron el mar gracias a mamá”.
Esas son algunas de las anécdotas que suelen contar sus exestudiantes cada vez que se encuentran en el colegio mientras esperan a sus hijos y, emocionados, reconocen que esa maestra de lentes grandes fue para ellos una segunda mamá.
Desde ese lugar, la recuerda. “Era una madre presente que no dejaba de ser maestra en casa. Ella fue todo lo que estaba bien. Fue tan amorosa con nosotros como con sus chicos, nunca separó sus roles”, la define. “Esa historia de los retos era algo frecuente que nos divertía. Recuerdo que cuando me decía que saliera al patio, al rato se daba cuenta de que estábamos en casa y se reía. Se le cruzaba absolutamente la vida y donde iba mostraba ese amor maternal, que lo prolongó en sus alumnos que la adoraban profundamente. Con nosotros, sus hijas, fue igual que con ellos y, a veces nos daban celos, pero al crecer entendimos que para mamá la escuela fue su vida”.
Fue tan estrecha la relación que Flora tuvo con sus estudiantes que una de ellas le puso nombre a Florencia. “Cuando mi mamá estaba embarazada de mi, una de las nenas le preguntó cómo iba a llamarme; no sé qué le respondió mamá, pero mientras le acariciaba la panza, le dijo: ‘¡Si vos te llamás Flora, tu hija se tiene que llamar Florencia!’... ¡Y me puso ese nombre!”.
Los recuerdos se mezclan con la emoción, lo dice su voz quebrada cuando repite las palabras de quienes aún se acercan para hablarle de su madre. Pero también deja salir su dolor porque aunque Flora pasó sus mejores años como maestra, se retiró como directiva en la Escuela N° 2, otra institución que amó, y donde madre e hija fueron compañeras de trabajo.
“Una inspectora, jefa del Distrito, la obligó a jubilarse en 2015. Tenía 75 años y quería seguir porque tenía muchas pilas, energía y deseos de enseñar. Se preparó toda su vida para hacerlo: se recibió de maestra de escuela, licenciada en Ciencia de la Educación, profesora de la Historia, fue maestro especial para chicos con Síndrome de Down... y aún así por la edad, y porque algunas veces tenía pequeños olvidos, la jubilaron”, lamenta el que considera el hecho que lentamente se quedó con su salud.
Luego del retiro, Flora se deprimió y al poco tiempo enfermó. Cuando se lo descubrieron, el cáncer ya había avanzado lo suficiente y en un año tomó la totalidad de sus pulmones. Murió un 3 de septiembre, hace cinco años.
“Tengo nenes que son hijos exalumnos de mi madre. Algunos de ellos me sorprendieron porque, sin saber que soy su hija, han venido a contarme que tuvieron una maestra parecida a mi, que le decían ‘Señora Flora’... Han visto en mi un gesto o escuchado alguna palabra que los lleva al recuerdo porque físicamente somos muy distintas, pero tenemos un color de voz similar y parece que también una personalidad muy parecida”, reconoce.
Emocionada, sigue: “Que sus alumnos me comparen con ella me llena de orgullo, pero que la sigan recordando con tan amorosamente y tanto tiempo después para mí y mis tres hermanas es conmovedor. ¡No hay palabras!”.
La relación estrecha entre Flora y los alumnos logró además que sus cuatro hijas tuvieran vínculos con ellos. “Con algunos hicimos amistad e íbamos juntos a los asaltos (bailes que se hacían en los 90´s donde las chicas llevaban para comer y los chicos para beber) y a los cumpleaños de 15, de 18... Mi hermana tiene una hija con un ex alumno de mamá”, confía.
“Sabiendo todo lo que significaba elegir esta carrera, que siempre fue muy desvalorizada, la seguí. En realidad, cuando terminé la primaria la elegí. Recuerdo que en el acto de colación de la secundaria se me acercó una profesora para preguntarme qué carrera seguiría y le dije que la docencia. Me reprochó: ‘¡Ay, Moreno Fasce, pero usted está para mucho más!’... Mamá estaba al lado y ella no sabía que era maestra. Entonces la frenó: ‘¡Ser buena maestra no es cualquier cosa!’”.
Cuando inició la quimioterapia, Flora ya era directiva de la Escuela N° 2 y luego de cada sesión llegaba a su escritorio.
Eso le ocasionó altercados con otras autoridades, que le reclamaban por no estar en condiciones de continuar en el cargo.
Pero ella quería que la dejaran elegir cómo se iba a morir. No que la dejaran morir en la casa. Decía que le hacía bien estar con sus maestras y, claro, con los nenes. Eso fue la escuela para mamá
Cuando supo que el cáncer avanzaba, Flora tuvo aquella conversación con Florencia. “Cuando mamá estaba en la 32 había una higuera que sacaron. Después le dije lo del cantero y me pidió que pongamos sus cenizas ahí y en la 2 (en un macetero grande que también tiene un ficus)”, repasa.
“Todavía estaba viva y quería saber adónde iba a descansar. Se lo conté a Noemí, que era la directora, y como se estaba por jubilar me dijo que teníamos que cumplir su deseo y que ella regalaba el ficus”.
El árbol fue elegido por sus características. “Sus hojitas nunca se ponen amarillas, son perennes, brillosas y a mamá le gustaba mucho ese árbol. Cuando veo cómo está creciendo de brilloso me hace acordar a su pelo. Lo digo en la escuela y mis compañeras se ríen”, dice.
Los alumnos de Florencia saben la historia de Flora. “Algunos se acercan y preguntan: ‘Seño, ¿cuál es el arbolito de su mamá? Y me repiten lo que sus papás les cuentan en casa sobre ella y cómo les enseñaba... Es increíble que siga surgiendo todo ese amor más allá del tiempo. Ojalá mis alumnos tengan el recuerdo mío, que tienen los que fueron alumnos de mi mamá. Ese sería el mayor regalo”, finaliza.