La risa como medicina para el alma y la fe
El humor, bien entendido, es un arte que alivia el alma y evita la melancolía y el narcisismo. Así lo reflejan anécdotas de figuras como Juan XXIII o Juan Pablo II, quienes encontraron en la ironía una herramienta para superar tensiones y recordar la humanidad inherente al liderazgo espiritual.
La melancolía puede convertirse en un enemigo silencioso que amarga el corazón. En este contexto, el Papa Francisco nos recuerda que ni siquiera los clérigos están exentos de esta tentación.
Algunos se vuelven rígidos, autoritarios o incluso "solteros" en su relación con la iglesia. Sin embargo, el antídoto es claro: el humor, acompañado de autocrítica, nos devuelve a nuestra esencia.
Anécdotas como la del Papa conduciendo una limusina o la respuesta irónica de Juan Pablo II a un cardenal son más que simples chistes: son recordatorios de la necesidad de reírnos de nosotros mismos. En un mundo donde abunda el narcisismo, la capacidad de reír evita que nos convertamos en prisioneros de nuestra propia imagen.
El Evangelio nos invita a recuperar la pureza de los niños, quienes ríen y lloran con espontaneidad. Esa humanidad auténtica es la que, según Francisco, se encuentra también en los ancianos que bendicen la vida y se alegran de las cosas sencillas. Renunciar a esta capacidad nos convierte en adultos anestesiados, incapaces de transformar ni nuestra vida ni la de los demás.
En un mundo marcado por tensiones y desafíos, el humor no es un lujo, sino una herramienta esencial para sanar, conectar y, sobre todo, humanizarnos.