¿Quién iba a predecir que ese pibe que a los 10 años limpiaba sepulturas en el cementerio de Tucumán y lustraba zapatos en la plaza Independencia se convertiría en ídolo de multitudes? ¿Quién podría vislumbrar que ese changuito de Lules que a los 16 se animó a mudarse a Buenos Aires solo con su guitarra y una valija sería cantante, gobernador y hasta candidato a vicepresidente? ¿Quién diría que ese joven que sobrevivía vendiendo café en Buenos Aires se convertiría en un fenómeno social de la música? ¿Quién se animaría a asegurar que ese cantor criticado por rockeros se convertiría en ángel salvador del rockero más admirado? ¿Quién diría que ese niño que creció sin su mamá sería el padre de seis hijos, todos talentosos pero sobre todo hermanos entrañables? Todas esas preguntas tienen un nombre por respuesta: Ramón “Palito” Ortega, el niño pobre, el artista récord, el político, el padre de familia, el hombre que hoy celebrará 80 años.
p>Finalmente, una tarde de domingo, cuando el sol empezaba a cerrar sus párpados, mi padre puso su mano sobre mi hombro. Me miró con esos ojos conocedores de la vida, y con voz pausada dijo: -Me duele que se vaya Hizo un silencio corto y prosiguió: -Pero me dolería mucho más si un día usted me hace sentir culpable de ser otro de los tantos muchachos que en este pueblo fueron malgastando sus vidas hasta quedarse sin futuro.Como contó en su libro Autorretrato esas fueron las palabras con las que su padre Juan le dio permiso de irse de Tucumán a Buenos Aires cuando tenía 14 años.
¿Qué lleva a un padre a pedirle a su hijo que abandone su hogar y parta? La respuesta solo puede ser una: la desesperación. Ramón Ortega creció en la ciudad tucumana de Lules en el siglo pasado pero con la vida del medioevo. Los zafreros trabajaban en condiciones más bestiales que humanas. Tanto que cuando un hijo nacía se lo anotaba cuando se podía y no cuando se debía. Así pasó con Ramón Bautista que nació un 28 de febrero de 1941, pero recién fue anotado el 8 de marzo. Fue el segundo hijo de Juan, un zafrero y Nélida Rosario. El matrimonio tuvo siete hijos. Los hijos eran muchos y la miseria más. ¿Alguien será tan soberbio para juzgar a esos padres que el único tesoro que podían tener eran hijos?
El matrimonio no se llevaba bien y en un momento Nélida se marchó. Juan fue padre y madre, pero jamás habló mal de esa mujer. Ramón comprendió que había que ayudar en casa. No abandonó los juguetes que no tenía pero sí abandonó los juegos entre cañas de azúcar para trabajar de lustrabotas, pintar cruces y limpiar tumbas. Si algún tilingo se asombraba de su ocupación en el cementerio, solo respondía: “Es un trabajo honrado, ¿no? Fue bicicletero y vendedor de diarios. Alguna vez contó que cuando pasaba por la casa de esa mujer que era su madre pero que lo había abandonado, silenciaba su pregón. No quería que lo escuchara, pero sobre todo no quería revolver ese dolor que no te provoca infartos pero te rompe el corazón.
Una maestra se conmovió con ese changuito que dejaba la primaria para pasar de una patada a adulto y le enseñó por las noches. Ya es triste no tener infancia pero si le agregás la falta de escuela, además de injusto es inhumano. Los trabajos se alternaban. Fue bicicletero hasta que se le ocurrió vender cubanitos. Todos los viernes le pedía a su papá 10 pesos. Se iba al almacén, compraba cubanitos vacíos, dulce de leche, y los ofrecía en alguna cancha de fútbol. De alguna manera el domingo a la noche devolvía 20. Alguno dirá que era lo que hoy llamamos un “emprendedor”, para otros era un “busca” quizá solo era un chico que deseaba aliviar a su papá.
Fue entonces que decidió probar suerte en Buenos Aires. Su provincia le garantizaba presente pero él además necesitaba futuro. Se despidió de su padre con el corazón desgarrado y sin posibilidad de derramar una lágrima porque eran tiempos donde “los hombres no lloran”.
Llegó a Buenos Aires y apenas bajó del tren un hombre lo recibió con un abrazo infinito. Lo que parecía caricia de la vida fue cachetazo. Lo que parecía un hombre confundido resultó ser un ladrón infame que le quitó los magros pesos que traía y lo obligó a pasar la primera noche durmiendo en la plaza de Retiro.
La palabra derrota no estaba en su vida. Consiguió algunas changas hasta que alguien le ofreció trabajar en un bar a cambio de un sueldo malo y un sitio lúgubre para dormir: el sótano del local. Todas las noches, Ramón sentía que bajaba a una prisión. El dueño cerraba la tapa con candado. Solo se podía salir cuando, al otro día, la abría. El dueño argumentaba que era para evitar robos, quizá simplemente era maldad.
Del bar pasó a trabajar como vendedor ambulante de café. Decidió vender en las puertas de Canal 7 y Radio Belgrano. Fue entonces que el destino comenzó a torcerse o que él comenzó a torcer su destino. Carlos Ginés era uno de los astros más populares de la radio. Conducía el ciclo “Levántese contento” donde hacia todo tipo de ruidos para despertar al oyente. Convocó a ese cafetero al que notaba honrado, trabajador y que siempre silbaba con un notable oído.
Dos años después, en 1957, la Bandita de Carlinhos, un grupo que animaba fiestas lo contrató para cargar los instrumentos y armar la escenografía. Rodeado de músicos aprendió a tocar el güiro, la batería y perfeccionó lo que sabía de guitarra. Como millones de jóvenes de todo el mundo comenzó a soñar con ser ídolo como el ídolo de ese momento: Elvis Presley. Lo lograría.
Se independizó de Carlinhos y comenzó a actuar con el pseudónimo de Nery Nelson. Durante un tiempo vivió en Mendoza donde tuvo su espacio en radio y cantaba en un boliche. Con mucho esfuerzo logró grabar su primer disco, pero cuando pidió sus honorarios, le pagaron menos de la mitad de lo acordado.
La palabra derrota no estaba en su vida. Consiguió algunas changas hasta que alguien le ofreció trabajar en un bar a cambio de un sueldo malo y un sitio lúgubre para dormir: el sótano del local. Todas las noches, Ramón sentía que bajaba a una prisión. El dueño cerraba la tapa con candado. Solo se podía salir cuando, al otro día, la abría. El dueño argumentaba que era para evitar robos, quizá simplemente era maldad.
Del bar pasó a trabajar como vendedor ambulante de café. Decidió vender en las puertas de Canal 7 y Radio Belgrano. Fue entonces que el destino comenzó a torcerse o que él comenzó a torcer su destino. Carlos Ginés era uno de los astros más populares de la radio. Conducía el ciclo “Levántese contento” donde hacia todo tipo de ruidos para despertar al oyente. Convocó a ese cafetero al que notaba honrado, trabajador y que siempre silbaba con un notable oído.
Dos años después, en 1957, la Bandita de Carlinhos, un grupo que animaba fiestas lo contrató para cargar los instrumentos y armar la escenografía. Rodeado de músicos aprendió a tocar el güiro, la batería y perfeccionó lo que sabía de guitarra. Como millones de jóvenes de todo el mundo comenzó a soñar con ser ídolo como el ídolo de ese momento: Elvis Presley. Lo lograría.
Se independizó de Carlinhos y comenzó a actuar con el pseudónimo de Nery Nelson. Durante un tiempo vivió en Mendoza donde tuvo su espacio en radio y cantaba en un boliche. Con mucho esfuerzo logró grabar su primer disco, pero cuando pidió sus honorarios, le pagaron menos de la mitad de lo acordado.
Seguro de lo que quería se presentó en los estudios de RCA. Llovía. Ricardo Mejía, el gerente general de la discográfica vio a ese muchacho que esperaba su turno con la ropa humedecida pero la palabra “dignidad” emanando de esos ojos oscuros y le ofreció un coñac.
Llegó su turno. Cantó un rock’n’roll, “María”. Luego, “Sabor a nada”. La última se la hicieron repetir una, dos, tres veces. Le preguntaron por el autor, respondió que eran suyas. Cuando pensaba que escucharía el fatídico “lo llamaremos a la brevedad” (es decir, nunca), Mejía le anunció: “Flaco, lo felicito. Dese por artista de RCA Víctor”.
Faltaba elegir el nombre artístico. Mejía rechazó el Nery Nelson. Escribió “Ramón Bautista Ortega Saavedra” y comenzó a probar con distintas combinaciones. De pronto, miró al tucumano y le dijo: “Usted es tan flaco que parece un palito”. Escribió “Palito Saavedra”, probó con “Palito Ortega” y fue perfecto. Ese día nacía el artista que marcaría a varias generaciones de argentinos. Palito se dio cuenta ese día que salió de la pensión donde vivía y un hombre que pasaba en bicicleta silbaba “Dejala, dejala”. Lo siguió todo lo que pudo, no creyendo lo que pasaba pero creyendo lo que le pasaría.
En 1962, se integró al Club del clan. No destacaba por su físico, pero su cara triste de aquel que conoce el dolor de las partidas, se imponía. La gente amó a ese muchacho que, aunque tenía clavado un dolor en el alma, cantaba canciones optimistas. Quizá vieron en él, un poco lo que sentimos todos. Que la vida te da, pero te quita y que a veces lo único que te salva es cantar y seguir tirando.
La “academia” no acompañó a ese muchacho de afinación incierta, pero el público lo consagró. Con la canción “Despeinada” su fama cruzó las fronteras. Los éxitos no paran. Llega “Bienvenido amor”, “Media novia” y “Camelia”. También llegan cartas de sus admiradoras. Palito las lee y entre ellas encuentra una que le atraviesa el alma: es de su mamá. Le pide verlo. El hijo duda y manda a otra persona. Se encuentran un tiempo después en un bar. Vaya a saber qué se dijeron o no, pero quizá solo importó “la sonrisa de mamá”.
La figura del tucumano se replicaba en portadas de revistas, presentaciones, televisión, radio. Las chicas lo idolatran y las madres veían en ese joven el ideal de yerno: bueno, trabajador, el joven que se hizo a sí mismo. Lo comenzaron a llamar el Rey. Es cierto que su registro de voz no era maravilloso, pero desde entonces y hasta ahora ya sea para bailar, para divertirse o incluso para criticarlas, no hay argentino y casi latinoamericano que no pueda tararear una de sus creaciones. Alcanza un dato. “La felicidad” fue grabado en español, inglés, italiano, alemán, francés, holandés y sueco.
Para 1964 comenzó un noviazgo con la actriz Marta Gonzalez, pero al tiempo la relación se rompió. En 1965, mientras grababa “Mi primera novia” conoció a una joven actriz de rostro angelical, Evangelina Salazar. En la película no se casaba con ella, pero en la vida real lograrían un amor de esos que parecen ficción.
La joven se fue interesando poco a poco de ese joven serio. Se enamoraron. No fue fácil el noviazgo, no podían ir a ningún lado junto por el acoso de las fans y las giras eran frecuentes. Se casaron el 2 de marzo en la Abadía San Benito de Palermo. Era tanta la gente que deseaba verlos, que aunque la ceremonia se televisó, tuvo que intervenir la guarida de infantería y varias seccionales para mantener un poco el orden. Hubo avalanchas, desmayos y detenidos. Evangelina decidió dejar atrás su promisoria carrera de actriz para formar lo que ambos deseaban mucho más que famas y premios: una familia. Juntos fueron padres de Martín, Julieta, Sebastián, Emanuel, Luis y Rosario. Todos ligados al ambiente artístico, todos talentosos y sobre todo, hermanos que se aman y defienden.
Parecía que había alcanzado el cielo, pero entonces la vida volvió a llevarlo al infierno. En 1981 decidió traer a Frank Sinatra a la Argentina, una de las primeras leyendas de la música popular. El estadounidense iba a realizar dos recitales en el estadio Luna Park y cuatro espectáculos en el hotel Sheraton de Buenos Aires con el formato de cena-show y a mil dólares la entrada. Las entradas se vendieron, sin embargo Palito quedó en la ruina. No fue porque “el diablo metió la cola” sino el programa económico del dictador Roberto Viola. Ortega contrató a Sinatra el 11 febrero de 1981 cuando el dólar en Argentina cotizaba a 1.900 pesos, pero, al momento del recital, se disparó a más de 7.500 pesos. Es decir, una devaluación del 400%. En apenas una semana, el tucumano perdió más de dos millones de dólares.
Durante tres años recorrió el país y Latinoasmérica dando recitales para mejorar su economía. Hasta que decidió radicarse con sus hijos en Miami. Se sintió como ese muchacho tucumano que dejaba su tierra, pero ahora con la responsabilidad de una familia. Sin saber una palabra de inglés se instaló en Miami. Pensaba quedarse por seis meses pero se quedó por años. Hacia presentaciones para el público latino pero además fundó una productora que en pocos meses se convirtió en una de las más importantes.
Asumió como senador de la nación, pero salpicado por el escándalo de las coimas por la Ley de Reforma Laboral renunció a su banca y se alejó para siempre de la política.
Volvió al mundo del espectáculo. Formó una productora, siguió haciendo presentaciones y componiendo. Se animó a todo. Reversionó “La Casa del Sol Naciente”. Una canción emblemática en el repertorio de la banda inglesa The Animals. El tema en sus líneas vocales y de teclados influye en la obra de The Doors. Es una canción dark que está en las antípodas de “La felicidad”. La versión de Palito musicalizó una de las escenas centrales de la película El Ángel (dirigida por su hijo, Luis).
Un día sin querer volvió a ocupar todos los titulares pero no como artista sino como hombre de bien. Charly García estaba en su peor momento de drogas. Palito era uno de los pocos autorizados en visitarlo en la clínica. Al llegar, una jueza buscaba un lugar par llevar al rockero. Charly se abrazó a Palito y solo le dijo “Demasiado dolor”. “Yo sabía que le dolía. Todo le dolía en el alma” contó alguna vez Palito sobre ese día. Y si alguien sabía lo que significa que te duela el alma es el tucumano por eso en ese mismo instante se lo llevó a su casa en Luján.
En ese lugar Charly empezó a sanar. Ortega le invitaba amigos como Pedro Aznar, Nito Mestre, León Gieco y sobre todo lo dejaba en su estudio y con su piano. Fueron momentos difíciles de pilotear. Días de charlas, noches de insomnios y una única tabla de salvación: la música. Y esos dos genios creativos que marcaron tanto a tantos y que muchas veían cómo rivales se transformaron en hermanos.
Hoy Ramón “Palito” Ortega cumple 80 años. Lo festejará rodeado de abrazos de hijos y nietos y acompañado por la mirada amorosa de Evangelina. Seguramente recibirá decenas de llamados y mensajes. Se sentirá querido y en su casa. Tendrá lo que queremos todos. Pero él lo tiene y lo tiene porque se lo merece.