En Ucrania detrás del horror no está la calma, hay más horror. Y en el corazón de ese horror escondido, otro. La espiral de barbarie que dejaron los rusos en su paso por los pequeños pueblos de la región de Kiev se empieza a descubrir. Primero fueron las calles devastadas de Irpín, después las primeras imágenes de los cuerpos sin vida en Bucha, ahora más cadáveres y más devastación y un sótano que huele a muerte y que en su interior hay, en efecto... más muerte.
Es lunes por la noche, de vuelta en Kiev tras un paso por Bucha, luego de varias horas de recorrida y registro de las atrocidades que el propio presidente Volodimir Zelenski catalogó como crímenes de guerra. Desde el día en que Ucrania recuperó el control de esa ciudad comenzaron a correr rumores por la capital. Se hablaba de una masacre. Luego aparecieron las primeras fotos, y de a poco los civiles que quedaron con vida se animaron a salir de sus casas y refugios.
Mientras se entra al lugar, se ve a muchas personas salir a la calle desorientadas. Algunas de ellas con una sonrisa desencajada en el rostro, recién ven la luz del día, ya no temen que un soldado ruso les dispare. Otros se animan a narrar apenas lo que vivieron. Una mujer cuenta que los invasores tomaron muy velozmente la ciudad y no dieron tiempo a salir, y que cuando escuchaba los bombardeos se escondía en una casa rodante que tiene en el jardín de su casa. “Abría la puerta de la heladera y me ponía detrás de ella para protegerme”, dice. Finalmente, logró llegar a un refugio y pasó casi un mes ahí. Lo primero que pregunta es qué pasó en las otras ciudades. Piensa que la guerra terminó, que Bucha fue liberado porque los rusos se fueron del país, pero no sabe que todavía la invasión continúa. No se le explicó nada, la policía ordena que hay que seguir camino a las calles del centro.
La avenida principal es un cementerio de tanques. Solo se ve el color del hollín y del óxido, pedazos de cañones tirados por ahí, restos de acero, botas, guantes, cables, cemento, asfalto levantado. No hay metro en la avenida que esté limpio. En un determinado momento las autoridades dicen que hay que ir directo a un lugar específico. Los descubrimientos más oscuros siguen sucediendo: lo que sigue será difícil de procesar. Se atraviesa Bucha por completo casi sin parar.
Primero se debe pasar una vía del tren, luego un shopping, dos autos atravesados en la calle con las palabra STOP pintada en ellos; se atraviesa un estacionamiento que fue claramente un campo de batalla. Se dobla en una calle, en otra, un bosque rodea todo -en cada rincón de Bucha pareciera haber un bosque cerca- lo que era una zona tranquila y de moda donde los habitantes de Kiev escapaban para descansar.
Se presenta un predio que parece un camping. A la entrada, pintada en las paredes, una gran “V” identificaría de las tropas rusas del este. Hay una “V” hecha con aerosol rojo a cada lado del ingreso, sin saber si se trata de una advertencia o reconocimiento. Lo primero que se ve son dos edificios alargados, de dos pisos, pintados con los colores de la bandera ucraniana. Del lado de adentro del edificio hay bolsas de arena, una protección a la altura de la cama para no atraviesen las balas en medio de la noche.
El lugar es un campamento para chicos, el predio de una colonia de verano. Hay canchas de fútbol, un parque enorme, diferentes juegos. Durante el último mes sin embargo fue utilizado como una de las bases de las tropas rusas en Bucha. Y allí, en un sótano, escondido en la oscuridad para que no sea visto, debajo de las habitaciones en las que cada verano duermen cientos de chicos, el horror. La espesura se siente en cada respiración, en la cara de los policías que custodian y que ya vieron lo que el mundo aún no.
El encargado de explicar lo que pasó ahí es Anton Gerashchenko, ex Diputado Nacional y actual Asesor del Ministro del Interior de Ucrania.
p>Se puede estar poco tiempo en el lugar. Son diez escalones hacia abajo cubiertos por hojas, ropa y cajas de comida, víveres que usaron los rusos durante las tres semanas que ocuparon el campo. La puerta está abierta, solo con llegar a ella se siente el olor y pesadez de su interior. El piso es de tierra, no hay luz pero un policía ilumina con un pequeño reflector para que se pueda ver lo que yace ahí debajo.Sabemos quién mató a esta gente: fue Putin y sus soldados, los que trajo a nuestra tierra. Esto es un genocidio. Es un desastre, es muy fuerte lo que pasó acá y todos van a pagar por los crímenes que cometieron
Hay tres cuerpos apilados uno arriba del otro, dos más un poco más alejados. Cinco cadáveres en total, todos hombres con ropa de civil, ninguna insignia o prenda militar. Uno de ellos tiene golpes en la cara y un ojo aún abierto. Hay restos de sangre seca contra una pared, y se nota por la rigidez y estado de los cuerpos que murieron hace varios días.
Es difícil mirar las caras, hacer el registro audiovisual es de pronto la única protección, mirar la lente para no mirar los hechos. El encuentro con un muerto en la guerra asusta más que cualquier bombardeo.
Todavía no saben quiénes son. Según la vocera de prensa que acompaña a Gerashchenko, se presume que son civiles de Bucha a quienes torturaron (según muestran los golpes y el estado de algunas extremidades), y luego ejecutaron. En la billetera de uno de ellos hay una foto de una chica joven, posiblemente la hija. No tiene documentos encima. En cada uno de los cuerpos está el cartel forense que lo identifica con un número. Son, en este sótano, personas muertas enumeradas del uno al cinco.
Media hora después van sacándolos uno a uno a la superficie y poniéndolos en bolsas negras. Piden que sean vistos y registrados para que se cuente su historia: “Acá tendrían que estar niños felices de sus vidas, pero en cambio los rusos hicieron de esto un lugar de torturas para los ucranianos que sacaron de las calles de Bucha. Los trajeron acá, los torturaron y los mataron. Ustedes ven sus cabezas aplastadas, ustedes ven que fueron asesinados a balazos con las manos atadas”, dice Gerashchenko.
Luego los suben a una camioneta blanca y se van. El sótano queda vacío pero el olor se perpetúa. Los policías forenses se quedan clasificando las balas usadas que se encontraron junto a los cuerpos. El ejército está afuera del campamento limpiando la calle y desminando la zona. Una iglesia celeste se alza a la salida del lugar. Tiene los vidrios rotos y no hay ningún fiel alrededor. Fuente: infobae.com